PROpulismo
Un fantasma recorre Mar del Plata: el fantasma del PROpulismo. Cuando el Estado convierte el espacio público en “servicio gratuito” ofrece una simulación de exclusividad. Un trabajo fotográfico que nos invita a recorrer las marcas que deja la gestión de María Eugenia Vidal en el territorio y en las subjetividades de quienes lo habitamos. ¿Mar del Plata te hace feliz?

Por Pablo Gonzalez

Caminamos por las playas de Mar del Plata para entender qué es el PROpulismo: esa mirada particular que tiene la derecha sobre la gente de a pie, que se explicita con medidas concretas. Y estos pensamientos nos disparan otras reflexiones, no sólo sobre las políticas de un gobierno sino sobre las marcas que cualquier gestión estatal deja en el territorio y en las subjetividades de quienes lo habitamos. Hoy la respuesta es una sola: Mar del Plata te hace feliz. Los que dudan, no gozan.

Esta vez, para no hablar de derechos, se propone creer en beneficios. La diferencia es sustancial porque entonces el cartel que reza “Capacidad agotada” puede transformar el fracaso en éxito. No necesitamos que todos disfruten, porque disfrutamos la exclusividad. Las playas (que son públicas) se ofrecen en la página oficial con un curioso eufemismo: playas “gratuitas”.

El PROpulismo pasa su barniz sobre el empobrecido estado actual de las costas bonaerenses y adorna con mucha madera deck, y mucho violeta, verde y amarillo. Pero hay la sensación de que si uno raspa fuerte con el pulgar, todo puede desmoronarse y dejar al desnudo lo que hay debajo: un amontonamiento de baños químicos, duchas al aire libre que simulan (mal) instalaciones de balnearios privados, máquinas concesionadas de agua caliente para el mate, y una endeble estructura que sostiene la escalera de entrada, y que nadie sabe si podrá sobrevivir el duro clima invernal de la ciudad para el próximo año. Es decir, poco (tal vez nada) quedará para la gente. La garantía del éxito será para quienes construyeron la enorme maquinaria de merchandising: barriletes, lonas, tejos, resposeras, bolsas playeras, sombrillas, que obnubilan a los desprevenidos con tanto color.

Para conseguir una sombrilla y cuatro reposeras, hacemos una fila de una hora bajo el sol de las nueve de la mañana, y luego de pasar por el sector de “Acreditaciones” y dejar DNI y número de celular, accedemos a una parcela de arena. Desde lo alto, una gran torre que simula el panóptico de Bentham, vigila. También un arenero cargado de policías y varios grupos que patrullan la orilla refuerzan la idea de seguridad, aunque nada pase. Es que la verdadera trampa, tal vez está instalada en nuestras cabezas. La necesidad del beneficio, de separarnos con una soga imperceptible pero eficaz, de aquellos que apenas llevan una toalla y el mate para disfrutar la playa y, sobre todo, de los que sudan para vender una coca cola o media docena de churros. La distinción social nos vuelve prisioneros de una gestión que no distingue más que en beneficio propio. Cuando termina el día, un enorme colectivo ploteado (verde, amarillo, violeta) se lleva a cincuenta personas hacia el centro de la ciudad, sin cargo. El ploter se aleja. Intenta convencernos. Mar del Plata te hace feliz.

Texto: Damián Ferreyra

 

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  • 01 Mar 2018