Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas
Aguafuertes marplatenses de un renegado periodista nacido en el Interzonal. Ojo de halcón que ve en simultáneo el plano general y el plano en detalle (que es lo mismo que decir: Jorge, el que no puede dejar de encontrar el pelo en la sopa).
Foto: Juan Pablo Buceta – Romina Elvira
Le pregunto al gato de qué está embarazada la historia. Podría saberlo, qué no, podría estar pensándolo mientras mira la nada desde nuestra ventana del tercer piso.
Ahora me sumé a muchos humanos conquistados por los gatos, fascinados por su carácter autónomo y misterioso, que se combina con la literalidad de sus caricias peludas y su demanda persistente de comida.
Chaplin mira polvo en suspensión y da lecciones de aquí y ahora, del momento en el que estamos, el que todos los sabios coinciden en señalar como la única realidad. Para él es más fácil, porque no tiene hijos (y nunca los tendrá; él lo ignora, pero lo voy a castrar), no tiene origen más que el viaje en remis en el que me lo traje en una caja, y me consta que ni siquiera ha gugleado cuántos años viven los gatos.
Así que la lucha es de igual a igual contra uno mismo, y vamos a buscar la pregunta aunque sepamos que no tiene respuesta. Qué criatura se contorsionará por el canal de parto de la historia, que saldrá de entre sus piernas, un grito de qué emergerá de sus diminutas fauces, una vez que junte su primer aire. Y lo más importante, estaré en el mundo cuando nazca, o solamente la voy a ver así de gorda y con los tobillos hinchados. El error que todos cometemos: querer asistir al desenlace, ser testigos de la batalla final, de la síntesis dialéctica en la que desemboquen los amorfos e indefinibles procesos que atraviesan nuestra vida biológica.
Mientras algunos neozombis buscan pokemones con sus teléfonos celulares, me pregunto quién copula con la historia, el ADN de quién construye sus gametos, soy o no soy (¿lo estoy siendo?) compadre de eso indefinido que vendrá. La paternidad es una cuestión de fe.
¿Será ésta la época de las puras preguntas?
¿Y las respuestas están en la hoja final, como en las revistas de crucigramas?
Imagino que la respuesta no está en los otros, al menos no en sus discursos (aunque si no está en los discursos estará en los hechos, en las acciones de gente anónima que marca la diferencia, y ahí aparece el temita de quién traduce los hechos, con esto de que se nos derrumba el periodismo).
Está sobrevalorada la opinión “popular”, que suele ser un remedo de respuesta para esta época que podría ser más bien de las preguntas, hay un culto de la participación, oyentes que llaman a la radio, foristas que opinan debajo de las noticias, twiteros que escriben twits para la tele, batallones de trolls operando contra Tinelli. Parece que lo mensajes que tienen para dar los medios, si son participados son mejores, porque los hacemos entre todos viste, y de paso se ahorran contratar más productores de contenidos.
¿Alguien se ha puesto a medir el espacio que ocupan las opiniones? Parece que no haría falta, porque es tiempo del espacio indefinido, de la memoria sin límite que se aloja en las nubes. Y si no hay que hacer economía, para qué calcular el centimil, si todo entra, para que tomar la medida. El resultado es una fantasía neoliberal de un libre fluir de las ideas, que esconde todo lo que no está dicho o escrito, que esconde a personas más importantes que Milita Bora (una que está en el bailando porque no se a quién se volteó), que esconde barrios enteros hasta que los visibilice la violencia sembrada, que esconde del alcance del público opinador algunas verdades complejas que nos harían entender el sistema reproductor de la historia. El resultado es gente que participa y se insulta y amenaza, reemplazando en su llanura la cuestionada jerarquía de los que saben de verdad. Todo termina siendo más patético que los últimos recitales de Serrat, que como no le daba la voz, ponía el micrófono para que la gente cante las canciones.
La participación, lo interactivo, debe ser lo que nos vino a quedar cuando nos afanaron la democracia. Y la tecnología aplicada a lo comunicacional es la verdadera religión de la hora, que promete un paraíso de igualdad que tanto la política como la economía se encargan de contradecir desde el almacén de la esquina.
¿La respuesta está en los líderes? Podría ser.
Pero también es probable que ellos se elijan las preguntas.
¿Estarán las respuestas flotando en el viento, como escribió Bob Dylan?
Cuántos caminos debe recorrer un hombre,
antes de que le llames «hombre»
Cuántos mares debe surcar una blanca paloma,
antes de dormir en la arena.
Cuántas veces deben volar las balas de cañón,
antes de ser prohibidas para siempre.
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento,
la respuesta está flotando en el viento.
Cuántos años puede existir una montaña,
antes de que sea lavada por el mar.
Cuántos años pueden vivir algunos,
antes de que se les permita ser libres.
Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza,
y fingir que simplemente no lo ha visto.
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento.
La respuesta está flotando en el viento.
Cuántas veces debe un hombre levantar la vista,
antes de poder ver el cielo.
Cuántas orejas debe tener un hombre,
antes de poder oír a la gente llorar.
Cuántas muertes serán necesarias,
antes de que él se de cuenta,
de que ha muerto demasiada gente.
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento.
La respuesta está flotando en el viento.
Chaplin -el gato que no tiene las respuestas- ahora se acostó en el sillón y se está lamiendo las pelotas.
Tenemos mucho que aprender de los gatos.
O nada.