El unicornio azul no nos salvará de las drogas

Adán y Eva fueron echados del paraíso terrenal por consumir la única cosa que estaba prohibida. O venimos mal desde el comienzo o dios exageró un poco. Para el sociólogo Alberto Calabrese el parangón bíblico nos demuestra muchas cosas. El especialista en adicciones asegura que en materia de drogas “el mundo inventó un problema donde no lo había”.

Alberto Calabrese I

 Fotos: Facundo Nívolo

“Hoy que un hijo hiciste, cambia ya tu mente,

cuídalo de drogas, nunca lo reprimas”.

(Todas las hojas son del viento, Luis Alberto Spinetta)

 

 

Con la destreza discursiva de quien está convencido de lo que dice, porque ya se escuchó decirlo mil veces, Alberto Calabrese sostiene que en materia de drogas “el mundo se inventó un problema donde no lo había”. La afirmación, incluso para los detractores de Eduardo Charuto Malo Feimann, resulta cuanto menos controvertida, hasta incluso chicanera. Cómo este hombre canoso de corbata y chaleco va a decir que el tema que hoy inunda los televisores y las agendas electorales es un invento. Cómo se atreve a desafiar una realidad tangible, cercana: amigos más, familiares menos, todos tenemos algún conocido que terminó internado o con tratamiento ambulatorio en un intento por dejar alguna sustancia que trajo problemas.

Sin embargo, muy sueltito de cuerpo y lengua, este sociólogo, que fue presidente del Fondo de Ayuda Toxicológica, que asesoró a la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación en materia de drogas y que dirige la carrera de especialización en prevención y asistencia de las adicciones de la Universidad Nacional de Tucumán, asegura que dice lo que dice porque el prohibicionismo es “relativamente nuevo” y generó, en torno a él, una herramienta para el control poblacional y un negocio trasnacional: el narcotráfico. Por eso, por lo bajo y en lo alto, Calabrese se ríe de los que prometen “acabar con el flagelo de la droga”, aunque más se burla de quienes juran tener recetas para “terminar con el narcotráfico”.

Calabrese no pretende ser pájaro de mal agüero y arruinarle el día a los que quieren creer en ellos y su “guerra” contra las drogas. Pero este docente que participó de las II Jornadas de Extensión sobre Consumo Problemáticos de Sustancias que se realizó a mediados de septiembre en la Facultad de Psicología de Mar del Plata, sí se ocupa de romper espejitos de colores a base de una explicación con propuesta y todo.

Calabrese habla de la necesidad de conocer y transitar el paradigma de la reducción de daños…

—¿Qué entendés por consumo, qué por adicción y qué por consumo problemático?

—En principio, las sustancias son como cualquier objeto. O sea: nosotros les ponemos condiciones a las sustancias o las resignificamos a partir de lo que nos representan. Tomo algo porque me tranquiliza o porque me da alegría. Soy yo el que anda buscando ese efecto, no la sustancia la que lo busca en mí. Tenemos que pensar cómo y por qué nos relacionamos con la sustancia.

Es algo parecido a lo que sucede con las personas: no nos tratamos con todas por igual.

Con algunas nos encontramos, nos saludamos y punto; con otras tenemos una afinidad determinada y nos vemos una vez por semana, con lo que ya hay una regularidad de tiempo y espacio. Esto sería, trasladándolo a las sustancias, algo habitual que —en una de esas— puede llegar a ser problemático, dependiendo de esa habitualidad. Lo problemático lo establece cuántas veces en qué período de tiempo.

Así que para definir abuso tenemos que hablar de una regularidad conflictiva, también en relación a cantidades en tiempo y espacio. En cambio, lo que llamamos hiperconsumo o dependencia, puede ser a cualquier cosa que compulsivamente consumamos, no sólo a las sustancias prohibidas. La dependencia es el “vivir para”. Toda nuestra vida se centra y se para alrededor de estar consumiendo ese algo que nos genera cierto placer. Puede ser el trabajo, una sustancia, un objeto.

Hay que tener en cuenta que está mucho más extendido el consumo y la dependencia en las sustancias y objetos que no están prohibidas y que se usan más que las que están prohibidas.

—Que están prohibidas hace relativamente poco…

—Sí, es un hecho reciente en el tiempo. La prohibición tiene apenas 55 años de producción a nivel mundial y surge de una resolución de Naciones Unidas del año 1961. O sea que la cocaína, la morfina, la heroína y otro tipo de sustancias psicoactivas no están prohibidas desde que Adán y Eva salieron del paraíso, aunque podemos hacer un parangón entre la salida del paraíso y el consumir la única cosa que no estaba permitida de ser consumida. Esto demuestra que las drogas han cumplido otras funciones: control poblacional y un gran negocio. Un negocio que involucra dos billones de dólares anuales. Es decir, una estructura que se hace difícil de desactivar porque supone e involucra muchos intereses. Formalmente, todos dicen que hay que acabar con el tema, pero la realidad es que ese tema hoy tiene tal importancia en la producción económica, que favorece a muchos que la producción se mantenga en términos de negocios.

—En el marco de un sistema capitalista, la idea del consumo no sólo está legitimada, sino que es fundante, estructural. Ahora, el consumo de drogas parecería no estar legitimado, es la parte mala del consumo, es el tachito. Si hiciéramos de cuenta que la droga es un cesto de basura, ¿qué es lo que estamos tirando ahí dentro como sociedad?

—Indudablemente, cuando se pone tanto énfasis en una sociedad que pide que consumamos todo, de todo y todo el tiempo, lo que se nos dice —pese a que no quieran que tengamos un pantalón, sino muchos—, es que los consumos son posibles y sirven para algo. Ahora esto de que tenés que consumir de todo, menos de ese X producto, es reproducir, de alguna manera, la paradoja del paraíso terrenal: de todos los árboles comeréis, menos de aquel de la ciencia del bien y del mal. Las sustancias prohibidas han pasado a ser el moderno árbol de la ciencia del bien y del mal, con dos aditivos: por un lado, fabrican un formidable negocio, y por el otro, funcionan de tachito para meter varios problemas juntos. Los conjugamos y se los recriminamos a esa sustancia. Si un tipo tiene problemas de violencia y consume, ya está, no se mira otra cosa, no se piensa que la raigambre de su violencia es el lugar donde vivió y le tocó nacer y crecer. Esto es lo que no es visto y se le atribuye a la sustancia el hecho de que esa persona sea violenta. Lo mismo pasa en los hogares desavenidos, pasa en los crímenes que no se entienden. Es más fácil tener algo que resuma todo. Lo que hay que analizar ahí son las causas de la violencia. Pensar que eso se produce por el consumo de tal o cual sustancia es ingenuo. A veces puede agravarlo, claro. Pero de hecho, si hoy tenemos que hablar de una sustancia que es criminógena por antonomasia es el alcohol. El alcohol es el gran factor criminógeno del mundo, es el gran impulsor de las mayorías de las conductas distorsivas, de peleas, daños, heridas, enfrentamientos.

Ya había un viejo aforismo que decía “la sociedad tiene problemas, estos problemas no son sustentados por las drogas, son esos problemas los que sustentan la existencia y el sostenimiento del consumo de sustancia”. Eso se decía en los años 70 y pese a los años, sigue siendo válido.

Alberto Calabrese II

—Desde ese paradigma prohibicionista, ¿qué justifica que hayan dejado afuera al alcohol y hayan censurado otras sustancias?

—Según la Organización Mundial de la Salud, el alcohol y el tabaco son los dos grandes protagonistas de los daños por sustancias, que también son psicoactivas aunque no estén prohibidas. La nicotina es un estimulante y el alcohol es un depresor. De manera que la diferencia está en el lugar que se le asignó arbitrariamente a tales o cuales sustancias psicoactivas, que lo son porque tienen acción sobre el sistema nervioso central.

Lo llamativo también es que sustancias psicoactivas no hay cuatro, sino que hay diez mil. En la naturaleza y en los productos de farmacia hay muchos alucinógenos. En el diseño de drogas también, las hay de todos colores. Entonces esta elección de prohibir con nombre y apellido ha tenido que ver con una cosa discursiva, independientemente de la buena intención que pueden haber tenido de alejar algo que puede hacer daño.

Pero también hay otra cosa: las drogas con nombre y apellido sirven para ejercer un control poblacional. Eso se nota mucho cuando se ve qué sustancias consumen las personas de menos recursos y qué sustancias las de mayores ingresos. Por eso se persigue una droga y no otra. No se pretende controlar a los que tienen, sino a los que les falta. La mayoría de las estadísticas, casos y procedimientos van dirigidos a personas con bajos ingresos. El sistema de atención social se focaliza sobre ellos, que son además los conejitos de india de todas las experiencias, estadísticas, prospectivas, preocupaciones políticas y etcétera. Los consumidores con recursos no son materia de análisis ni persecución. Hay algo de clase, bien de un sistema desigual e injusto, pese a que hoy el consumo está universalizado.

—Hay una visión moralista sobre el consumo de sustancias. No se quiere hablar sobre las zonas placenteras del consumo. No está bien porque está mal y punto. Sin embargo, también hay consumos decididos a partir del goce y el placer, aunque algunos crean que eso es un descontrol que desbanda como efecto dominó.

—Eso, de hecho, tiene que ver con el primer deseo de una persona que consume sustancias. Su primer contacto tiene que ver con el placer. No consume pensando que va a consumir para que le haga mal. Decide consumir eso porque cree que le va a hacer bien o le va a dar placer. Que después se equivoque porque él tiene una relación distorsionada con ese objeto o sustancia, es otra historia. Pero lo primero que va a buscar es sustentar el placer.

Pero por otra parte, también como sociedad nos viene bien no entenderlo en esos términos para poder concentrar en pocas cosas y personas la idea del daño. Así que queremos circunscribir a una clase de personas, que por lo que consumen ya están predeterminadas el mote de esencia del daño. Por ejemplo, vos no vas a ver grandes procedimientos con el tema del éxtasis. Ni incursiones del orden en los lugares donde se consume en forma importante drogas de diseño. Vas a ver intervenciones por consumos básicos, incluso no intensivos, de marihuana, pasta base o de alguna cocaína barata. Y esto tiene que ver con algo concreto: te es más fácil visualizar una conducta X en alguien que querés controlar y podés hacerlo a través de la sustancia que consume. Entonces lo agarras y tratas masivamente: con el sistema público, con el privado, con el más o menos.

Sino no se explica por qué tantos intereses con ellos, cuando tenés tanta cantidad de personas con problemas de psicosis no compensadas que gente con problemas con las drogas. Sin embargo, para gente con problemas con drogas hay voluntarios de todos los colores. Hay instituciones públicas, privadas, municipales, nacionales, provinciales. ¿Y existe un paralelo con lo mismo cuando los problemas de salud mental son severos? No. ¿Toda esa gente tiene donde ser compensada? No.

Alberto Calabrese III

Por momentos, Alberto Calabrese se indigna. Se le nota, pero lo disimula. Lo hace con estilo y elije una estrategia: visibilizar desde el humor lo absurdo del planteo de ese “hombre poco serio que dice que, si alguno de los candidatos ordenara la abstinencia total de la población, este tema de las drogas no sería tema, sino historia”. Revolea los ojos. Frunce un poco los labios, hace “montoncito” y afirma: “Si este señor cree que los ángeles tienen un sexo determinado, está bien, que lo haga, pero que sepa que forma parte —como el unicornio azul— de las fantasías. Este hombre está pidiendo un imposible y hay algunos que le dicen que se lo van a dar”.

—Ya hablamos sobre lo que deposita la sociedad en el consumo. ¿Qué consideras que deposita la clase política, el candidato, el administrador del Estado, cuando habla de drogas?

—El político trata de demostrar, sobre todo cuando está en campaña o competencia electoral, que él va a ser eficiente para tratar todo lo que es dañino y controlarlo rápidamente. Los otros días escuché a un señor que se estaba yendo de la gobernación de su provincia y prometió una lucha frontal y definitiva contra el narcotráfico, que es como si ahora a mí se me ocurriera volar sin alas y para eso me subo al techo que está enfrente: se que me voy a estrellar y no a tener resultados. Cuantas más declaraciones fastuosas haga sobre mi actuación, la gente por ahí compra, en la medida que está condicionada y dice: “bueno, éste sí que me representa y va a luchar contra lo que temo”.

Si fuera tan sencillo, expliquémonos porque todavía hay varias cosas que son mitológicas: por ejemplo, la gente dice que si la frontera estuviera sellada, no habría drogas. Falsedad. Frontera más sellada que la de EEUU no existe y sin embargo, hay drogas. Algunas las hacen ellos y otras las importan. EEUU tiene aviones y cohetes en todo el país para garantizar su defensa, o sea que ni un barrilete con diez gramos de cocaína podría cruzar sin que se enteraran. Si pasa, es porque hay un sistema de corrupción que lo permite. Así de fácil. Mientras que en México montan una guerra civil, en EEUU habilitan un negocio acotado y controlado. Pero es el país más consumidor del mundo.

Otra es esa de que tendrían que prohibirse todas las sustancias que no se producen en el país. ¿Y qué? ¿No se van a seguir drogando con drogas de farmacia si fuera necesario? De hecho, Argentina empezó así con su consumo problemático. Hasta a las Naciones Unidas les llamó la atención Argentina, porque daba cuenta de que podía sustentar un fenómeno masivo de consumo a través de sustancias del circuito farmacológico. Si hoy le preguntas a cualquier jefe de servicio de adicciones en el país cuál es la principal causa de muerte los fines de semana, entre los sábados a la madrugada y domingos a la madrugada, te van a decir que son las mezclas de alcohol con productos de farmacia. No por cocaína, no por heroína —que por suerte en Argentina no funciona— y menos por marihuana, porque nadie se muere por sobredosis de marihuana.

Así que si se quiere, se puede repetir la imagen paradisiaca de que estamos en un paraíso que si no fuera por las drogas, no tendría problemas. Pero suprimimos las drogas y no vamos a suprimir los problemas. Eso es mentira. Si suprimiéramos todas las drogas hoy por arte de magia o porque apretáramos un botón, la pobreza estaría igual, el hambre estaría igual, los motivos de guerras civiles estarían igual, los motivos de explotación humana también y los talleres clandestinos y las millones de cosas que significa la inconsistencia del ser humano. Todo estaría igual. Hoy, a través de la droga, esas cosas tienen un motivo de manifestación. Por eso, hay droga.

Pero además, es hora de que trabajemos el tema de manera menos heroica, más cotidiana, más natural, más ensamblada con otros motivos de la realidad. Si eso ocurriera, no tendríamos tantas dificultades.

Alberto Calabrese IV

—¿Y qué pasa con los que no sufren hambre, falta de vivienda o explotación?

—Sufren lo contrario. Yo me acuerdo de un viejo juez de menores que estaba en el conurbano bonaerense. De un lado tenía uno de los barrios más caros del país y del otro, una de las villas miserias más grandes de la zona. Él siempre decía lo mismo: “Yo acá tengo dos clases de abandonados: unos por la falta de elementos, recursos y posibilidades, y otros por el exceso. Sus padres no saben qué hacer con ellos. Les dan plata”. Y yo te agrego: todo lo que tendría que ser ocupación personal la transfieren al dinero, y el dinero no es respuesta anímica a nada ni de nada.

—Decís que el consumo se ha universalizado y que existe una relación directa entre sustancia, clase social y tipo de consumo. Sin embargo, das a entender que las respuestas del Estado no han cambiado mucho y siguen siendo las “históricas” porque el discurso es el mismo. Culpás, en este sentido, a un “matrimonio maldito”. ¿Quiénes se casaron?

—Se trata de un mix entre lo que se da en el pensamiento médico hegemónico sanitario, que cree que con definir sustancias que son peligrosas y decirle a la gente que no las consuma, alcanza, y el marco ético jurídico actual, que es punitivo y prohibicionista.

El discurso médico puede hacer enarbolar que determinada cosa, en este caso una sustancia, tiene característica de expansión per se. Esto quiere decir que opera como si fuera un ser biológico, como por ejemplo una bacteria o un virus que tienen vida propia y que van a extender su vida tratando de enfermarte porque ellos, sencillamente, tienen que sobrevivir. Pero las drogas son inertes, son iguales que este vaso. Depende su uso, te va o no a condicionar. Las drogas solas no son capaces de generar nada. Somos los hombres los que vamos hacia las drogas. Es un fenómeno antropológico. No son las drogas las que nos atrapan, sino que nosotros vamos hacia la sustancia. Si el modelo médico no ayuda a entender eso y que hay una operatoria que tiene que ver con el psiquismo, con la forma de entender de esa persona, con sus cuestiones que lo condicionan ambientalmente, porque siempre dijimos que para cualquier enfermedad se necesita individuo, ambiente y agente patógeno, estamos complicados. Entonces si ese discurso se mantiene en esos términos y no esclarece y simplemente asusta, diciendo “esto te daña, esto te daña, esto te daña”, la gente se engancha. A esto entonces hay que sumarle una eticidad jurídica que pone el daño en este tema, como un daño particular, especial. Cuando se juntan los dos, hacen un coctel explosivo, que hasta ahora no ha servido más que para dañar, estigmatizar y criminalizar.

Llevamos 55 años de un discurso combinado sin resultados apetecibles, que por el contrario, cada vez extiende más el consumo.

¿Qué es eso de los factores de uso y costumbres en relación al consumo?

—Cuando algo se extiende en usos y costumbres, y eso es algo que ayudó a significar la prohibición, se hace imposible de desarraigar. Y los usos y costumbres sobre el uso de sustancias psicoactivas prohibidas están cambiando y hay apropiación y por lo tanto va a haber manejos y manera distintos de las que hay ahora. Y con sólo decir que te hace daño, no basta. Hay que tratar de ver por qué la gente consume, ver qué busca solventar con eso —incluso si ese eso fuera por mero placer— y tratar de sustentar en cada lugar sentido de pertenencia, de vida y de proyecto. Sin esas cosas, vas a tener consumo compulsivo o manejo irresponsable o acciones de riesgo para sólo sentir adrenalina, porque a veces avanzar en un puente a ciegas resulta más gratificante que cumplir con la norma. Y hasta ahora, el sistema público y mucho del sistema privado no han cambiado la óptica desde la cual se analiza el fenómeno del consumo problemático de drogas.

Alberto Calabrese V

Alberto Calabrese debe tener unos cuantos años. Su currículum dice que hizo mil cosas. Que además de recibirse de sociólogo, trabajó en la Sedronar, asesoró a Anibal Fernández y trabaja para en el Ministerio de Salud de la Nación. También indica que es responsable de la carrera de Especialización en Adicciones de la Universidad Nacional de Tucumán y que es director de la Maestría sobre Uso Indebido de Drogas, que en la sede de la Facultad de Psicología de la UBA logra que confluyan y articulen las facultades de Derecho, Medicina, Ciencias Sociales, Farmacia y Bioquímica.

Alberto, según ese currículum, es un montón de cosas que requieren de articulación. Es, y se lo recomendó a “los profesionales del campo de la salud”, gracias a la“deconstrucción”. “Nosotros no podemos asumir el rol de señalar con el dedo y decirle a tal o cual que es un adicto o no lo es. En todo caso, se puede hablar de un humano con falencias, con sufrimientos, que hay que aprender a hacerse cargo. Si primero, como agente de salud, me hago cargo del sufrimiento y no del prejuicio del sufrimiento, yo me puedo hacer cargo del ser humano. Sino me hago cargo de la condena. Y así mejor no ser un actor de la salud porque se va a ser un actor de la represión”.

¿Por todo esto decís que el mundo, en materia de drogas, se construyó un problema donde no lo había? 

—Y sí, es así, yo creo que el mundo ha construido un problema en torno a las drogas. Te lo cuento en forma gráfica: el edificio que hay en Viena, que está dedicado a las reuniones que se hacen sobre drogas, es tan grande como el que tienen para la energía atómica y creo que las variables que intervienen los dos temas son bien diferentes y sería bastante más lógico que el de drogas fuera más pequeño, pero no. Tienen el mismo tamaño.

El mundo ha puesto a esto en situación de una precariedad en cuanto al pensamiento, aunque sí es real que hay algo de pensamiento crítico. Es poco y todavía no tiene cause oficial regularizado, salvo estos intentos tímidos de algunos Estados como Uruguay, que saca la penalización a la sustancia marihuana para tratar de hacer un recorte que tenga que ver más con la legalidad y para intentar, en segundo orden, que haya menos personas que consuman pasta base.

Yo creo que va a llegar un punto que desde la racionalidad esto no se va a poder sostener más. No hay discusión seria en materia de drogas, hay prejuicio, miedo y un depósito.

—Muchos miramos el proceso de Uruguay. Hablan del paradigma de la reducción de daños. ¿Qué es? ¿Hacía ahí habría que ir?

—La política de reducción de daños se pregunta qué sentido tiene que tales o cuales sustancias estén en el rango de la prohibición. Si bien es la última pregunta, es la discusión fundamental.

Pero qué es la reducción de daños: es todo eso que se puede hacer para evitar que una persona consuma algo o lo haga en niveles que le puedan traer algún tipo de trastorno. La reducción de daños puede ir desde la prevención inespecífica para lograr construir sentido y que la gente se interese, a hablar de lo que yo planteo como sentido de transformación, porque la prevención tiene que ser transformación, porque como mera advertencia no sirve para nada. La prevención es transformación o no es.

La reducción de daños está bastante ligada al fracaso, porque quizás esa persona trató muchas veces de dejar y fracasó. Entonces, por ahí lo que tenés que ver en ese caso es cómo esa persona puede tener una vida responsable con grados de consumo más bajos. O incluso, poder llegar al sin consumo, pero a partir de una evolución. No hay que pedir la abstención, porque si no caemos en la actitud moralina que tenemos hoy, cuando viene un tipo con problemas de drogas y lo primero que se le dice es que se ponga abstinente y luego sí vemos qué le pasa para llegar a la abstinencia. Eso a veces es más difícil que remontar un techo a pie desnudo y con el techo aceitado.

O sea que es casi un imposible, pero a lo mejor, a esa misma persona acompañándola a hacer una sustitución con otras sustancias, o con una disminución de esa misma o con un sistema de contención hombre a hombre que le permita repasar esos problemas que se calman con sustancias. En lugares de Europa, por ejemplo, se implementa el droga por droga, intentando la reducción de esa misma droga en el tiempo, negociando con apoyo para que no consuma tanto y eso está dando resultados. Ese programa también se hace en Canadá con el consumo de alcohol.

Con un “deje de consumir” no se logra. Puede dejar momentáneamente de consumir, pero no ha hecho ningún cambio sobre lo que lo lleva al consumo compulsivo, entonces va a buscar ese objeto en algún otro lado. Las abstinencias forzosas generan cosas graves.

 

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