El sabor del encuentro
Aguafuertes marplatenses de un renegado periodista nacido en el Interzonal. Ojo de halcón que ve en simultáneo el plano general y el plano en detalle (que es lo mismo que decir: Jorge, el que no puede dejar de encontrar el pelo en la sopa).
Foto: Juan Pablo Buceta – Ilustración: Luciano Cotarelo
Tras una semana sin respuesta a mis correos por gmail y con el visto clavado a los mensajes por inbox del facebook, concluí que la gerencia de esta revista nunca me iba a mandar el cronista que le pedí para entrevistarme. Me había parecido una idea excelente. Le puse, “che F, no siempre tengo ganas de escribir, por qué no hacen un reportaje sobre mí/ qué te parece/ dame un OK/ estás?/ carita sonriente/ carita triste/ hola?”
Algo de luz se filtra por las hendijas de las persianas; los rayos iluminan el polvo en suspensión y el humo del cigarrillo que nuestro personaje en las sombras exhala por sus narices en el rincón más alejado y penumbroso de su departamento del tercer piso B de un edificio ubicado en los suburbios. Nos recuerda bastante poco al coronel Kurtz de Apocalypse Now. Sin verlo, lo presentimos en esa oscuridad de doble sentido, denunciado tanto por la brasa que se reaviva en cada pitada como por su smartphone, en el que —displicente a nuestra imaginaria presencia— intenta cambiar el fondo de pantalla. Elige una rana de ojos rojos y nos pregunta si nos gusta. Respondemos que sí, que no nos importa. Es que en verdad no nos importa, no vinimos para otra cosa que para cumplir la tarea de adentrarnos en el complejo de túneles vietnamitas que constituyen el interior de este personaje, que ahora se ilumina de golpe levantando la persiana para gritarle a un perro de enfrente que no para de chumbar. Nos extiende el cuestionario.
—¿Por qué motivo sos tan amargo? ¿Por qué odiás la ciudad?
—Bueno, no es para tanto y son muchas preguntas a la vez. No detesto a la ciudad, la ciudad me parece hermosa, el problema son sus habitantes, que son muchos y de mala calidad, y en el verano vienen turistas. Pero si cada uno se quedara en su casa, o al menos intentara no confluir en los lugares a los que voy yo, todo me parecería mejor. De todos modos, en estos días me ha costado ponerme ponzoñoso. Atravieso una extraña y molesta felicidad. Soy un ser de luz. Uy, perro de mierda.
—¿Te molesta encontrarte con gente?
—¿Conocidos decís?
—No sé…
—Debería haber una ley para no encontrarse por casualidad con conocidos. Y hay dos situaciones particularmente insoportables: el colectivo y el supermercado. Te voy a leer un par de cosas que escribí al respecto.
Se levanta, va a hasta la computadora, la enciende, la computadora tarda una eternidad en encender. Se suceden diálogos anodinos sobre windows xp y windows 7 y el último windows que salió. Finalmente se oye el sonido de inicio de sesión. Después de otro largo rato, en el que también abre facebook y lee, sonriendo, las notificaciones, logra encontrar el archivo de Word que buscaba. Acá está, dice por fin.
Lee.
“Me encontré con mi tocayo J. en el mercado. Lo había visto desde lejos al entrar, pero me mentí que lo había olvidado. Y cuando doblé con el carrito para el lado de las bolsitas para el pollo, me lo topé de frente. Él estaba eligiendo sopas instantáneas. Hola J, hola J. Qué sorpresa. Qué hacés, cómo andás, se vino el invierno, da para sopita, el mejor invento del mundo es la bolsita para el pollo, me gusta la más picante, bueno nos vemos, qué alegría verte.
La despedida aquí, es una esperanza que nace muerta. Él lo sabe, yo lo se: nos volveremos a topar entre las calabazas, después en la zona de bazar (adonde siempre miro, pero no llevo nada) y por último en la caja. Las palabras se irán agotando, hasta dejarnos en un intercambio de gestos simpáticos, que también estarán agotados antes de que logremos librarnos del encuentro, como quien se saca un chicle pegado a la zapatilla. Y si creemos que el destino benefactor volverá a dejarnos separados, porque uno va muy adelante en la fila en que se puso para pagar, comprobaremos amargamente que el azar se nos ríe en la cara, haciendo que la chica que debe cobrarle al que va puntero se quede sin rollo, sin cambio, tenga un problema con la tarjeta, con un precio, con la balanza, con el escáner o le de una lipotimia. Allí estarán los compañeros en desgracia, lanzándose cómplices miradas, como último estertor de ese encuentro aciago”.
¿Qué te pareció?
—Más o menos.
—Falta pulirla.
—Sí. Aparte decís todas las veces lo mismo, con otras palabras.
—(ríe) Puede ser, puede ser. Como les pasa a los participantes de Gran Hermano, yo juego a ser yo mismo. Te puede parecer que contengo multitudes, pero básicamente estoy condenado a esta única existencia, con mis placeres, mis pesares y mis obsesiones. Nos es fácil ser yo. Bancame un toque.
Me pongo la campera antes de que el personaje salga del baño, desde donde me promete hacer unos mates. La fotógrafa ni bajó, como las fotos se sacaron antes de lanzar la revista, está en el auto escuchando radio. A través de la puerta le digo que no tengo más tiempo, que nos estamos viendo, que si me manda eso por correo, que van a ver si lo publican. Bajo la escaleras, pero abajo está cerrado. Me gana la angustia mientras lo llamo al celular para que venga a abrirme.