Argen Pesca: lo que la jaula no pudo ocultar
“Los parques industriales son importantes para sostener el empleo y encaminar a la provincia y al país en la gran agenda del desarrollo”, dice el gobernador Daniel Scioli con tono presidencialista. Mientras tanto, en el Parque General Savio de Mar del Plata, las empresas de la industria pesquera local desarrollan la característica que mejor las identifica, su perfil explotador.
Fotos: Federica González
Alejandro Christiansen entró en Argen Pesca a los 14 años, pero eso fue hace tiempo, ya cumplió 25 que parecen 30. Hijo de madre soltera y con ocho hermanos menores para mantener, tuvo que agarrar el trabajo del saladero y someterse al descabezado de anchoas, una tarea que se realiza con los dedos como únicas herramientas.
Violando la ley laboral y sin inspecciones a la vista, la empresa lo tuvo en esa sección hasta los 16, cuando fue ascendido a peón.
–Se sostiene la anchoa con una mano y con la otra se le arranca la cabeza y las vísceras. Catorce o quince horas haciendo lo mismo, las articulaciones te quedan a la miseria por el hielo, te clavas espinas, te infectas. No podes usar guantes porque el pescado se te escapa y cae al suelo.
El piso es una superficie resbaladiza, cubierta de agua del deshielo, sangre y desechos del pescado.
Una mañana como tantas, caminaba por el galpón cargando muchos kilos y pegó un patinazo. El peso de su cuerpo y de la mercadería cayó sobre su brazo provocándole una lesión muscular. Sin cobertura social –igual que todos sus compañeros– la patronal lo mandó a atenderse al Centro de Salud Municipal N°2. No se hicieron cargo de nada. Tampoco le pagaron los días de reposo que ordenó el médico.
Alrededor de la jaula
Con la cabeza apoyada sobre las vallas, Alejandro habla desde el lado de adentro de la jaula: una estructura de hierro y alambre tejido que la policía montó frente al Ministerio de Trabajo bonaerense. Después de dos meses de ocupación de la delegación regional, en Luro casi España, los días se convirtieron en una cinta sin fin. Imágenes que se suceden sin sorpresa, obvias. Sobre los anaqueles, en lugar de las carpetas con expedientes, las ollas; en el piso de las oficinas, los colchones apiñados; afuera, la vista del kiosko de diarios y de algún que otro medio que demora un poco más que el resto en perder el interés por la noticia; y en el cordón, aburridísimos, los oficiales que cuidan una posible fuga (y corte de calle) desde que las autoridades decidieron convertir a obreros que reclaman en freaks de exhibición.
–Voy a pasar, dice la fotógrafa de Ajo, encarando hacia las vallas.
Pero la respuesta socarrona de un morocho de uniforme que parece estar a cargo no se hace esperar, disfruta de sus quince segundos de poder:
–El horario de visitas terminó… no pasa nadie.
Las 53 familias que participaron de la toma, aguantaron el calor del verano y el encierro como pudieron. Sacar las sillas del Ministerio a la vereda, escenario de partidas de truco en las horas interminables, fue su único entretenimiento.
Cuando la situación se había tornado más tensa y la policía no dejaba entrar ni salir a nadie de la jaula, recibían la comida que les llevaban sus compañeros, y hasta a sus hijos pequeños, por arriba del vallado.
Alejandro es padre de dos niños, el más chico tiene seis meses.
–Siento impotencia, bronca, porque hasta los presos tienen derecho a recibir a su familia en el patio de la cárcel y nosotros no.
Nadie puede decir que Jorge Omar Giovanelli, dueño de Argen Pesca, no es un hombre astuto; decidió ponerle cartel de venta a la empresa radicada en el Parque Industrial y negociar las indemnizaciones en las vísperas de navidad. Los trabajadores tomaron la planta, que en ese momento contaba en su interior con 1700 barriles de anchoas para exportar, pero apareció Rubén Pomelo Guerrero, el contratista, para hacerlos desistir. De contacto fluido con el poder político y llegada paternalista con los empleados, Pomelo ofreció –casa por casa– un bono de 3 mil pesos si levantaban la toma. Además, les advirtió que a los que se quedaran los iban a desalojar a palos. El pago extra jamás llegó, pero logró que abandonaran la planta con la promesa de un arreglo.
Una vez que estuvieron afuera, Giovanelli volvió a mostrar su peor cara, la del parche en el ojo. Ofreció un acuerdo indemnizatorio y luego pagó apenas un diez por ciento de lo acordado, un negocio redondo.
–Nos citaron en un estudio jurídico y ahí nos salieron con que una parte la íbamos a cobrar en enero y la otra en febrero. Nunca cumplieron, nos dieron migajas.
A pesar de sus once años de antigüedad, Alejandro sólo recibió 5 mil pesos de indemnización de los 50 mil que le correspondían. Algunos compañeros, con nueve años dentro del saladero, recibieron 1200 pesos.
Sin nada que perder, tomaron el Ministerio de Trabajo después de varias audiencias infructuosas y de que la delegada provincial se comprometiera a “pelearla juntos”. Fue lo último que hizo Liliana Goyeneche antes de esfumarse.
El ojo del amo engorda el pescado
El intendente no lo nombra, el gobernador tampoco, y la delegada del Ministerio de Trabajo se niega a citarlo. Jorge Giovanelli es un empresario serio al que nadie cuestiona.
Produce. Y eso es lo que importa.
Exporta sus productos a Estados Unidos, Francia, Italia, España, Brasil, Japón y China entre otros destinos. Sus empleados lo recuerdan soberbio y distante, pero madrugador: llegaba con el alba, a la misma hora que ellos, para controlar meticulosamente la preparación de las latas de anchoas en salazón y las bandejas de boquerón.
Al personal lo reclutaba Pomelo Guerrero –viejo conocido de los saladeros del puerto– que era quien armaba las seudo-cooperativas y figuraba como su presidente. Para Argen Pesca, no había responsabilidad alguna. La gente que conchababan no existía más que en planillas irregulares de una asociación que primero se llamó Pez Mar Coop, luego Redes del Plata y por último llevó el nombre místico de Ceferino Namuncurá. Que las autoridades municipales y provinciales no se hayan enterado de tamaña irregularidad parece difícil de creer. Casi como un milagro de Ceferino.
La falta de inspecciones del Ministerio de Trabajo a los galpones de Argen Pesca –8500 metros cuadrados en un lugar tan visible y promocionado como el Parque Industrial–, las condiciones precarias de los empleados, incluida la presencia de menores trabajando a destajo, tal vez se explique por las relaciones que construyeron Guerrero y Giovanelli con el poder. Era habitual que convocaran a los trabajadores para actos políticos del sciolismo y es bien conocida la amistad de Pomelo con el diputado Rodolfo Manino Iriart, exrepositor y delegado sindical de Casa Tía que se convirtió en el hombre de confianza del gobernador, y ahora en el Secretario de Seguridad del Municipio.
–Pomelo siempre se aparecía con volantes y afiches en la época de elecciones, nos decía que había que apoyar a Daniel Scioli –cuenta Gabriel detrás de las vallas. Sus compañeros asienten.
Con ayuda del Estado
La municipalidad de General Pueyrredon, además de ceder las parcelas, “exime del pago de tasas y/o contribuciones durante los primeros siete años” a las empresas que –como Argen Pesca– se instalan en el Parque Industrial. La ordenanza 16694 esboza un tímido pedido a cambio: “Aumentar el volumen de empleo local, regional y nacional, duradero y calificado” y más adelante, invita a los empresarios a “ser un instrumento para la creación de nuevas oportunidades de empleo especializado”.
A través de su contratista, Argen Pesca incorporaba menores de edad a los que sometía a horarios laborales propios de la Inglaterra de Dickens. El hermano de Alejandro entró a trabajar a los 16 años y su cuñado a los 17. Aunque la normativa vigente señala que los menores – a partir de los 16 años– pueden trabajar sólo seis horas y con el consentimiento de los padres, la ley tácita de los saladeros marplatenses los obliga a las 14 y 15 horas diarias de la época victoriana.
El tercerizador
Pomelo Guerrero se mueve entre el puerto y el Parque Industrial, aunque a veces también suele aparecer regenteando personal en Otamendi y Miramar. Hoy los lleva a los saladeros, mañana a la cosecha de frutillas en las sierras. Su trabajo consiste en proveer de trabajadores a los industriales para que los usen y descarten, sin que esto implique ningún tipo de responsabilidad social ni sanitaria para nadie. Tal como lo hacía Adler en Alemania, el inescrupuloso reclutador de obreros de Cabeza de Turco, la obra de Günter Wallraff que denunció la explotación de inmigrantes provenientes de Europa Oriental y Asia Menor .
Pomelo conduce una suerte de agencia de colocaciones de trabajo precario, es el socio necesario de empresarios que no quieren problemas con el personal ni otras cargas que no sean las que envían en contenedores al exterior.
–Pomelo siempre se dedicó a lo mismo, a contratar gente para otros. Los lleva en micros a distintos saladeros. Yo lo conozco desde hace 30 años– dice Mary Gómez, uruguaya de Paysandú.
Ella llegó a la Argentina a los 8 años junto a su familia y a los 11 ya estaba empleada en un saladero. Con los años, llegó a ser capataza de Argen Pesca y desde que los despidieron encabezó la lucha por la indemnización. El cargo jerárquico que ocupó dentro de la empresa le valió la crítica, en pleno conflicto, de los dirigentes del Sindicato de Obreros de la Industria del Pescado (SOIP).
Hay despedidos que pasaron 10, 11 y hasta 15 años dentro de los galpones de Argen Pesca, ingresaban antes de las 6 de la mañana y se retiraban a las 8 de la noche o aún más tarde. Todos coinciden en que allí se trabajaba a destajo –mayores y menores– una cantidad insoportable de horas de lunes a sábado, y a veces también los domingos.
El SOIP los acompañó en el primer tramo del reclamo, pero propuso acotarlo a 53 familias y aconsejó que para el resto convenía esperar. Sin embargo, después del incumplimiento de Giovanelli y la toma del Ministerio, los dirigentes sindicales desaparecieron.
Campañas
Antes de ser elegido gobernador por primera vez, acompañado por Alberto Balestrini en la fórmula, Scioli arengó desde el escenario del Teatro Auditorium: “Hacemos campaña sin movilizaciones políticas pero con los sectores industriales más importantes de cada ciudad”. En Mar del Plata, las primeras filas de butacas rojas estaban ocupadas por los principales empresarios pesqueros del país: José Moscuzza, Alberto Valastro y Antonio Solimeno.
Las empresas de la industria pesquera no sólo aportan fondos para campañas políticas millonarias, sino que también entregan los brazos de sus trabajadores para aplaudir a esos mismos candidatos en los actos. En ese contexto, resulta difícil pretender que quienes deben fiscalizarlas lo hagan efectivamente. El crecimiento del fraude laboral (y su naturalización) aparece como una señal inequívoca de falta de voluntad política para cambiar el rumbo.
–Nosotros acompañábamos los actos de los candidatos para darle una mano a Pomelo. Él necesitaba juntar gente y nos decía que si ese político ganaba nuestra situación mejoraría –recuerda Mary.
La relación del contratista con sus contratados es casi paternal: adelanta dinero si alguien lo necesita; les manda un remise a sus casas para ir al trabajo si se levanta de buen humor; comparte los brindis de fin de año; en cada barrio tiene un referente que consigue gente de confianza para trabajar –casi siempre familiares– a cambio de solucionar las necesidades básicas y gestionar servicios para los vecinos.
En general, tendemos a pensar que en las prácticas clientelares los pobres asisten como ovejas sin poder de decisión a las propuestas del puntero de turno. Sin embargo, no deja de ser una relación –asimétrica–, una negociación permanente donde se intercambian recursos y servicios. Al decir del sociólogo Javier Auyero, son “sujetos políticos que están tratando de resolver darle de comer a sus hijos y, entre otras cosas, se vinculan a una maquinaria política”.
El sistema y el fraude laboral
“Nunca hay un cien por ciento de organización obrera, es un territorio en disputa, una guerra de guerrillas entre el capital y el trabajo; hay ciclos que favorecen más al capital y otros que favorecen más al trabajo”, dice Agustín Nieto, historiador e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Nieto estudió al movimiento obrero portuario de Mar del Plata desde sus inicios, de la primera experiencia de organización, encabezada por mujeres anarquistas en 1919, hasta la actualidad.
–Si uno repasa la lucha de los trabajadores de Argen Pesca no puede decir que estuvieran desorganizados, al contrario, tuvieron una organización directamente relacionada con el conflicto y consiguieron, en términos relativos, algo de lo que reclamaban.
¿Qué significa para un movimiento como el cooperativista, nacido como una alternativa social al capitalismo, que la figura haya sido apropiada por las clases dominantes para cometer una nueva forma de fraude laboral?
–Las cooperativas nacieron como un instrumento de lucha contra el capitalismo, pero fueron reconvertidas como una pantalla legal de la explotación. A partir de la década del 70 –antes también, pero sobre todo después de la crisis del petróleo– dentro de la estrategia patronal comenzó a utilizarse a la cooperativa como una forma de sobreexplotar e informalizar a la fuerza de trabajo. Reducen los gastos de producción mediante la tercerización y aparentan legalidad cuando en realidad se oculta la dependencialaboral entre el que produce y el que se queda con los beneficios de esa producción.
Eso da lugar a la participación de actores que median entre explotador y explotado…
–En la pesca hay toda una producción paralela que se maneja en negro, desde la extracción hasta la comercialización. No solamente genera sobreexplotación e inestabilidad constante, no saber a qué hora o qué días tienen que trabajar, sino que se trata de una población flotante de alrededor de seis mil trabajadores que no cubren más que dos mil o tres mil puestos, van rotando. Cuando uno de ellos se enferma o se accidenta, no le pagan y además lo cubren con otro que está desocupado pero que sabe el oficio y está esperando que alguien se accidente para poder entrar. El sistema es tan perverso que genera competencia entre los propios trabajadores.
¿El trabajo a destajo es parte de esta informalidad y sobreexplotación?
–El trabajo a destajo está legalizado por el Convenio del ´75, lo reconoce. En cambio, en la conserva –la rama de Argen Pesca– se abolió en 1942. Hay una segmentación laboral enorme: están los del Convenio PyME, los del Convenio del ’75, los que trabajan en las cooperativas truchas y los que están directamente en negro. Cuando hay competencia entre los propios trabajadores, la organización es más difícil. Consiguen un sueldo relativamente importante a fuerza de su autoexplotación, a cambio de dejar la vida, de tener problemas de salud como la tendinitis o las dolencias en las articulaciones, por ejemplo. Es la forma más salvaje porque lleva al obrero a esforzarse cada vez más, depende de él lo que va a ganar. A mayor autoexplotación, mayor tasa de ganancia del capitalista. Y eso está legalizado.
Reciclables
Con el comienzo de las clases encima y el conflicto estancado, Diego Pacheco se sintió acorralado: sus pibes no tenían zapatillas ni útiles escolares.
Tan corpulento como decidido, con la piel curtida por los 11 años bajo la atmósfera helada de Argen Pesca y su pasado como albañil, no lo pensó dos veces y dejó la toma del Ministerio para ir a cirujear.
–Fui al basural porque era la única manera de generar plata, la más cercana. Y además, podes ganar una buena moneda. Al llegar, me encontré a Baby, el hijo de Pomelo Guerrero, y a Diego, el yerno; andaban en un camión comprando plástico. Empezaron a boquearme, a decirme “Qué fea la actitud de ustedes, ensuciándonos, después de que nosotros les matamos el hambre”. Yo les pregunté cuándo nos habían matado el hambre, si se llenaron de guita a costa nuestra… Tuvimos un intercambio de palabras; nos separaron los muchachos del predio, pero estaba para que nos sobemos la oreja un ratito.
Diego, sonríe al recordar su anécdota.
Pomelo y su gente compran el plástico en el Predio de Disposición Final de Residuos y lo llevan al Parque Industrial, a la recicladora que montó el nuevo empresario (el que supuestamente le compró los galpones de Argen Pesca a Giovanelli).
En el lugar en que antes salaban anchoas, ahora varios despedidos venden los materiales descartables que juntan de la calle. Siempre con Pomelo en el medio.
–Varios de nuestros compañeros nos dieron vuelta la cara, por unas simples monedas. Arreglaron y los pusieron a trabajar adentro de los galpones clasificando plástico.
A sus 34, recuerda con nostalgia los años que pasó en el saladero, los brindis de fin de año, la fraternidad que existía entre pares. Pero también los días sin ver el sol. Esas jornadas que arrancaban a las 4 de la mañana y terminaban a las diez de la noche.
Su semblante cambia, se vuelve hosco cuando se refiere a Pomelo. Se siente defraudado por el líder.
–El señor Rubén Guerrero se cagó en nosotros; si se hubiese dado cuenta de que éramos más que unos pesos, hoy estaría bien parado. Si él se hubiese portado bien…pero no, salió a decir que no nos conoce, que nunca trabajamos en la empresa, cuando tenemos fotos de él compartiendo almuerzos en el salón.
Los días de los actos políticos también quedaron atrás. Los micros, la liturgia paga. Diego advierte que no todos cobraban. Sólo les pagaban a los que arreglaban, aquellos que ejercían una suerte de liderazgo dentro de la barra que se conformaba y alentaban al candidato sin parar. “Los que hacíamos quilombo”, reconoce. Los bombos y las banderas después las devolvían, eran del político alentado. El resto de los trabajadores iba para colaborar con el contratista pero no cobraba.
Les dejaban una ilusión flotando en el aire: “Si gana las elecciones, van a tener laburo”.
La vuelta a casa
Los despedidos de Argen Pesca cargan colchones, vajilla, ropa. No están exultantes, pero en sus rostros hay un atisbo de satisfacción, es una pequeña victoria. Una historia que no termina con los trabajadores en la calle –como tantas veces sucede en el puerto– y con unas pocas monedas en los bolsillos. Después de 68 días en la toma del Ministerio, vuelven a sus casas.
Consiguieron que la empresa Argen Pesca depositara 500 mil pesos (a repartir entre 83 trabajadores, según la antigüedad de cada uno); la provincia 4 mil pesos por obrero y la municipalidad otros dos mil a través de Cáritas.
Mientras tanto, el Ministerio de Trabajo de la Nación les ofreció ingresar a los programas de empleo que auspicia –destinan 25 mil pesos para iniciativas cuentapropistas, individuales o colectivas– y además, existe la posibilidad de que conformen una cooperativa de higiene dedicada a la limpieza de las veredas de Mar del Plata.
Una lucha desigual por donde se mire: ellos y su encierro contra la empresa, los funcionarios y la Cámara de la Industria Pesquera Argentina (Caipa), que buscó impedir que éste caso alentara a otros precarizados dentro de la gran olla a presión que es el puerto.
La hermana Marta Garaycochea, el sacerdote Héctor Díaz y el abogado de la Casa del Trabajador Julio Hikkilo los acompañaron durante las infinitas mediaciones.
–Jamás pensé que iba a tener la oportunidad de darle la mano y tomar unos mates con un obispo– dice Gabriel al evocar la visita de Antonio Marino.
Jorge Giovanelli ya no está en la ciudad, algunos dicen que ha vendido su casa del barrio Santa Mónica. Otros, que es costumbre que los empresarios de la pesca se vayan al exterior después de una buena zafra. Y ésta pintaba bien. Recuperar los 1700 barriles de anchoas después de la toma de la planta y sacarse de encima a 200 trabajadores era un buen plan. Pero no contaba con la resistencia del grupo que ocupó el Ministerio de Trabajo y amenazó con manchar la ola naranja en pleno año electoral.