Barro, tal vez

La construcción de viviendas con materiales naturales dejó de ser cosa del pasado. La práctica se perfeccionó y levantar paredes con tierra cruda es una alternativa sustentable al cemento y el ladrillo hueco. En los partidos de General Pueyredon y Mar Chiquita, la técnica se usa pero no está reglamentada: dos ordenanzas esperan su aprobación.

Barro I

Fotos: Pablo González

Cuando decidió construir su casa de tierra cruda, Ricardo se bancó que lo tildaran de pobre, de hippie, de sucio y antiprogreso. Escuchó a expertos de salón hablar con la soberbia de quien se olvida que realmente no sabe. Que la vinchuca, que el mal de chagas, que los techos caídos, que las paredes se diluyen y que el perejil te crece en el cuarto como le pasaba a tu papá.

Ricardo escuchó siempre sin levantar el dedo índice. No iba a desplegar, con voz de compadrito, los postulados de la sustentabilidad, el medio ambiente y las falacias de la edificación convencional. No. Para Ricardo Tamalet no se trata de jugar al pan y queso de las argumentaciones teóricas con los prejuiciosos del barro. La estrategia es otra, porque con la construcción natural se trata de ver y hacer para creer en las transformaciones.

Y Ricardo cambió: hace unos pocos años abandonó la barra de los expertos de cafetín y se puso a levantar paredes de tierra cruda. Había que probar. Algo había que hacer. El nacimiento de su hija lo llenó de preguntas. Y todas las respuestas traían la misma explicación: “Las cosas, así como están, no se sostienen mucho más”.

Ricardo empezó por casa, literalmente. Hoy dicta talleres en su vivienda de barro en Santa Clara del Mar, en ese hogar -como él gusta llamarle- que es punta de lanza para demostrar el perfeccionamiento de la técnica y la necesidad de promover, también desde el Estado, la bio y autoconstrucción.

La historia de Mariana López, otra constructora natural, no se distancia mucho de la de Ricardo, aunque tiene ribetes propios. En Barcelona, producto del casi obligado exilio del 2002, estudió Proyecto y Dirección de Obra en Diseño Interior. En criollo, diseñadora de interiores.

Gracias a un trabajo práctico en el que analizó los materiales naturales de las construcciones africanas se chocó con las bondades del barro. Flasheó, recuerda ahora desde su departamento de La Perla.

Al poco tiempo, viajó a El Bolsón; hizo un curso de diseño en Permacultura y nada volvió a ser lo de antes. Regresó al país, se radicó en Mar del Plata y conoció la Estación Permacultural. Desde hace  dos años integra “Caminantes”, la única cooperativa dedicada a la biocontrucción en la ciudad.

Además de la convicción por generar cotidianos sustentables, Ricardo y Mariana comparten una misión colectiva: que se apruebe una ordenanza, en el Partido de Mar Chiquita y en el de General Pueyrredon, que reconozca la técnica como alternativa de construcción e involucre a los Estados municipales en su fomento y práctica. Hasta el momento, pese a los intentos, ninguno puede contar el fin de la lucha. Los proyectos están en veremos.

Qué es la construcción natural

Una definición sencillita y acotada de construcción natural dice que es el modo de levantar estructuras en base a materiales naturales, es decir, materias primas sin procesar. Dependiendo de la zona y el entorno, aparecen la  piedra, la madera, la paja, la tierra, el bambú, la arena y la arcilla.

El ladrillo hueco, el aluminio y el cemento son, junto a otros, muestras de lo contrario: materiales industriales con costos de elaboración y alto impacto ambiental. Eso usamos en la Argentina y casi todas las casas de las grandes ciudades tienen cimientos grises. Pero la técnica en nuestro país, en comparación a la de materiales naturales, es relativamente nueva: en el sur, en el norte e incluso en el interior de la provincia de Buenos Aires hay tradición en la construcción en barro.

“La idea es prestar atención al entorno para identificar qué materiales nos ofrece y qué técnica es más conveniente utilizar. El sol es una fuente genuina y natural de energía y todo debe girar en torno a él. Entre otras cosas, porque es fundamental  para reducir el consumo de energía. Podemos levantar estructuras mixtas, por ejemplo con barro, chapa y madera; también con paja encofrada y ladrillos de adobe. Todo depende del espacio y de quién vaya a ser la vivienda. Cada casa es particular porque cada persona llega con sueños, con cualidades y con un montón de cosas que hay que saber recibir y transferir a esa estructura. No hay casa en serie. No se trata de venir y pagar. Acá es diferente”, anticipó Mariana.

Ricardo agregó otra idea interesante: “La construcción natural tiene en cuenta a la persona viviendo adentro, no afuera. No es la casa para la foto y qué linda que queda. Es para el tipo que vive adentro. Eso es algo que la construcción convencional y en serie, todas igualitas, no contemplan. Más si no tenés poder adquisitivo”.

Una parte del todo

A todo esto, ¿qué es eso de la Permacultura? Un término que acuñó Bill Mollison en Australia en la década del 70 y que da sentido a un “sistema de diseño para la creación de medioambientes humanos sostenibles”. «Como herramienta, es ante todo un cambio de percepción. Es crear sistemas organizados que estén al servicio del hombre pero también cuidando los recursos, haciendo prevalecer la diversidad y la cooperación de todos los elementos que ponemos dentro de nuestro micro espacio”.

Como explican desde el centro de Investigación, Desarrollo y Enseñanza de Permacultura (Cidep) “la palabra en sí misma es una contracción, no solo de agricultura permanente, sino también de cultura permanente, pues las culturas no pueden sobrevivir por mucho tiempo sin una base agricultural sostenible y una ética del uso de la tierra”.

Así que la construcción natural es parte de la Permacultura. Para Ricardo Tamalet, del grupo “Arquinatural”, es una “excusa”. “La construcción natural no es sólo levantar paredes. Es construirnos como individuos, como comunidad. Vamos tejiendo otros vínculos. Es una excusa para un cambio que va mucho más allá. En mi rectángulo de 20 por 30, donde está mi casa y mi parque, soy lo más sustentable posible. Tengo biodigestor para el tratamiento de los residuos antes de que entren al pozo ciego. Tengo huerta, tengo composta para generar humus, recupero agua de lluvia, hago un tratamiento de aguas jabonosas con lo que sale de la ducha y el lavarropas y tiro muy poca basura a la calle: una bolsa por semana, como mucho. Claro que lleva otro tiempo, pero enseguida lo asimilas. No vivo para eso, sino que vivo con eso. Empecé con una pared y luego vinieron otros cambios. Un efecto dominó. Sin ser extremistas o meramente filosóficos, se puede arrancar por algunas cosas”.

Barro IV

Con las manos en la tierra

Para llegar a la casa de Ricardo hay dos opciones. O se descarga un mapa de Santa Clara del Mar o se baja la ventanilla e interrumpe a un peatón.

-Disculpame, ¿la casa de barro?

-Agarrá Mónaco y de ahí dale un par de metros. La vas a ver.

Y sí, el señor de bigotes y short de Huracán tenía razón. La ves: a mitad de terreno, inclinada hacia el sol de mediodía, dos plantas con postes de madera, un techo vivo (con pastito) y un balcón a medio hacer.

A un costado del lote, lo que quedó del último taller: moldes, tierra acumulada y como 40 adobes secando. Más al fondo, aparece la huerta, el compos y las totoras que se alimentan de las algas que desprende el tratamiento de aguas jabonosas que llegan de la ducha y el lavarropas. Dos baldes de grandes dimensiones recuperan agua de lluvia para regar. En el deck, piedritas amontonadas: ellas servirán para el invernadero que, no sé bien cómo, ayudará a calentar la casa en invierno. Demasiada nueva información para una bicha de ciudad.

– ¿Por qué barro de nuevo?

-Hace muchos años compramos un modelo. Pero nuestros abuelos construían así, con adobe, porque no tenían poder adquisitivo para poder construir de otro modo. Luego llegó el progreso, como algunos le dicen, y empezamos a tener plata para comprar ladrillos. Hoy decís que vas a construir en barro y te señalan de pobre. El barro es de pobre. Y es mentira. Dos generaciones pasaron y robustecieron la idea de que hay que comprar ladrillos para construir casas, sin saber si es mejor que lo natural, sin conocer el impacto ecológico que genera y creyendo que nos van a construir una casa mejor. Así se perdió el conocimiento. Pero nuestra generación empezó a dudar de que esos materiales industriales fuesen mejores y arrancamos a buscar. Reencontramos el barro, que es tierra cruda, greda o colorada, mezclada con otros componentes naturales o minerales.

– ¿Qué ventajas tiene construir en barro?

-No generás escombros. Mezclas tierra, paja, arena y viruta y eso se cae al pasto, se degrada y vuelve a formar parte de la tierra. No tenés pilas y pilas de escombros, de hierro, de metales, que quedan y van al basural como relleno.

La tierra cruda es más térmica y aislante que el ladrillo hueco común. Ecológicamente hablando, el ladrillo de adobe (ladrillo hecho de barro y tierra compactada manualmente) no necesita energía eléctrica, ni gas, ni fuego para hacerse, como los convencionales. Y eso genera, desde el vamos, menor impacto ambiental. La mayor ventaja de la tierra como material de construcción es que es higroscópica: absorbe y desorbe la humedad. Entonces tu casa de barro respira, las paredes nunca se sellan. Y eso permite que adentro no tengas humedad o tengas el porcentaje que permite que las mucosas no se resequen. Saca la humedad que sobra en el ambiente y permite entrar la necesaria. En una casa de barro nunca vas a tener humedad.

– Y en términos vinculares, ¿qué genera la construcción natural?

-Propone otro sistema de relaciones porque detrás hay una ideología, una forma de tener en cuenta al otro, hay compromiso, otras sensibilidades. Normalmente en la construcción natural se convocan a mingas, que son instancias en la que todos llegan a ayudarte a hacer tu casa. La palabra minga viene de minka que es cuando hacemos todos por el bien del otro. En Bolivia, en Perú y en el norte argentino eso se usa. Se comparte el proceso. Es llamativo ver cómo la gente no para de trabajar porque te dan muchas más ganas con materiales de barro.

Mientras habla, Ricardo recorre el patio y encuentra lo que quiere mostrar: un colector solar en plena ejecución. Sí. Así se denomina a ese caño negro de PVC recubierto con botellas de plástico que por acción solar calienta el agua hasta a 60 grados en pleno invierno. “Es para ahorrar energía. Este colector hace que calientes el agua previo paso al calefón o termotanque. Reducís el gasto y uso de esos artefactos. Uno se va dando cuenta cómo puede reducir el consumo energético. Todo parte de preguntarse qué hacemos y qué se puede hacer”, deslizó Ricardo, muy sueltito de cuerpo.

A contramano, la que escribe empezaba a sentirse una porquería: siempre luces prendidas al cuete, una hornalla encendida sin uso, el calefactor al mínimo “por las dudas”, el ventilador en 12 cuotas chupando energía para que el altillo, de estructura convencional, deje de parecerse a un horno pizzero.

Cuántas cosas podrían evitarse, pensé para tranquilizar la culpa. La toma de consciencia tiene eso: o te vuelve responsable y hacedor o te recuerda, siempre, que estás derrapando. Es una decisión que lleva tiempo.

Barro V

Por dónde empezar

Siguiendo la definición de Ricardo, que la tomó de Jorge Belanko, una referencia nacional en la materia, la construcción natural es una excusa para alterar los órdenes establecidos de consumo y vinculación con lo natural, con el entorno y el medio ambiente.

Sin embargo, a muchos todavía nos parece marciano pensar en una casa de barro. Precisaríamos excusas previas, anteriores a la construcción natural. A un año de la implementación de la separación de residuos, aún nos hincha tener dos tachos y dos días distintos de recolección.

Cuando Mariana volvió de El Bolsón, viendo que la sustentabilidad era un camino posible, atravesó el dilema y las contradicciones de lo urbano: cómo implementar en el cemento los principios de la permacultura.

“Se trata de dar pasos pequeños y seguros. Lo primero que hice fue un compostador para convertir desechos en tierra negra. Lo podes hacer en un pozo o en un cajón. También podes tener una huerta. Yo vivo en departamento y en varios cajones tengo mis verduras. Y también podes intentar el residuo cero. A casi todo se le puede dar una segunda vida. Hay que buscarle la vuelta porque está”, asegura Mariana y lo que dice es perfectamente constatable: en sus dos ambientes de La Perla hay reciclado, hay compostado, hay generación de alimentos y todo está en perfecto orden.

“Es cuestión de generar nuevas costumbres. No te lleva ni más ni menos tiempo tirarlo en un tacho o en el otro. Tampoco poner lo orgánico en el compos. Es una cuestión de actitud, de querer hacerlo. Cuando mucho hay que asumir que no se quiere, pero no excusarse en el tiempo”, razona la constructora.

El recuerdo, los prejuicios y la vuelta del barro

Cuando Mariana le contó a su papá que construiría casas de barro, ganó por respuesta el desquicio. Cómo podía ser que su hija, con lo que a él le había costado esa “casa de material”, quisiera recuperar la técnica de los abuelos. Cómo podía ser. Acaso se había olvidado de la vinchuca, el polvo y la pobreza. Antes las casas de barro no se hacían por consciencia ambiental. Eran la salida económica y autogestionada a la urgencia de un techo, sobre todo en el campo.

“Por eso que el barro levanta la memoria de la gente, con lo bueno y con lo malo. Mi papá tiene 72 años y nació en una casa de tierra cruda; un matrimonio con caballos ayudó a mis abuelos a levantarla. Charlamos y miramos muchas nuevas estructuras de barro. Ni él la podía creer. Ahora se hacen buenas terminaciones, hay revoque fino, hay pinturas, hay confort en el barro. La técnica se perfeccionó y eso es lo que precisamos difundir y hacer saber”, explica Mariana, mientras un Power Point de fondo contaba La Muralla China, ponele, como una de esas estructuras de barro “milenarias”.

Tamalet refuerza: “El prejuicio es ignorancia. Es lo que quedó en el inconsciente colectivo por lo que ocurría hace 60 o 70 años. Mantenimiento precisan todas las casas. Roturas hay en todas las casas. Bichos, si se abandona la construcción, aparecen en cualquier tipo de vivienda”.

Barro III

Dónde está, el Estado dónde está

Maxi es balcarceño, se recibió de abogado y trabaja en un estudio cooperativo. Como a la gran mayoría de los treintañeros, ni en su casa ni en la escuela le enseñaron a separar basura, reciclar materiales o pensar en clave de sustentabilidad. Por entonces, a decir verdad, parecía no haber urgencia de cuidar nada.

Fue de grande que Maxi Álvarez empezó a “enrroscarse”. Con esa palabra él sintetiza el proceso a través del cual, con todos los entretelones del “nuevito”, se somete a reeducación: aprende a sembrar y cosechar, a amasar con harina integral, a valorar “lo orgánico” y hacer una “quincha” (pared de barro con estructura de caña o madera y relleno de barro y botellas de plástico).

Maxi está entusiasmado. Se prepara para lo que viene: su casa de tierra cruda.

Pero antes, da pelea por otra cosa: la aprobación de una ordenanza que elaboró, junto a compañeros de Caminantes, Patria Grande y la Estación Permacultural, para que en el Partido de General Pueyrredon se avale y reglamente la bioconstrucción.

En una lucha similar andan los constructores de Mar Chiquita. Palabras más, palabras menos, los articulados buscan lo mismo: el reconocimiento estatal a la práctica tradicional para que se agilicen los trámites y planos, para que se dejen de aprobar casas por excepción y para que se promocione la técnica y multipliquen las instancias de formación entre inspectores y vecinos, para impulsar procesos de autoconstrucción asistida por profesionales. La mano de obra calificada, como reconocen los propios constructores naturales, “escasea en la zona”.

“No hay prohibición expresa, pero querer hacerse una casa de barro termina siendo engorroso en los papeles, porque quienes tendrían que aprobarlos (Dirección de Obras Privadas) desconocen del tema y sus particularidades. Tampoco hay personal de inspección capacitado para avanzar sobre el aval de los planos y ni te cuento, en este contexto, lo que conlleva la conexión a los servicios domiciliarios. Todo esto desalienta la construcción natural, cuando es una técnica noble, económica, que genera un impacto social positivo y que bien serviría a los municipios para empezar a paliar el déficit habitacional”, explica Maxi.

La hipótesis del joven abogado cobra más sentido si se tienen en cuenta los datos que arrojó el censo de 2010. Según esos datos, en el Partido de General Pueyrredon, que después de La Matanza y La Plata es el tercer conglomerado urbano más importante del territorio bonaerense, viven 618.989 personas, 54.933 más que en 2001. En total, como reveló el estudio nacional, en Mar del Plata y Batán existen 307.977 viviendas: 201.039 están ocupadas y 106.938 -más de un 30%- cerradas gran parte del año.

En un informe publicado en el vaciado diario El Atlántico, se agregaba que en esos diez años se incrementaron en un 16% los hogares en el Partido de General Pueyrredon: los 176.162 de 2001 pasaron a ser 209.794 en 2010. De ese trabajo se desprende, además, que sólo 606.163 personas, de las casi 619.000 que habitan ambas ciudades, viven en un hogar. El resto lo hace en la calle o en instituciones de encierro, asistencia o minoridad.

Barro II

Visita guiada por un Concejo ¿desinteresado?

A diferencia de los constructores de Mar Chiquita, que estiman que antes de fin de año su proyecto de ordenanza empezará a ser tratado en comisiones, los de Mar del Plata siguen esperando. Hace casi un año repartieron por los bloques copias del texto que impulsan. En el camino se encontraron con “de todo”, como cuenta Maxi, y no es difícil de imaginar.

Por un lado, dieron con la concejal emocionada. Casi que prometió teñir a Mar del Plata de marrón. A los meses se le licuó la excitación y ahora pareciera ni acordarse que tuvo entre manos un proyecto de ordenanza que ella misma iba a presentar y que promovía la bioconstrucción en el Partido de General Pueyrredon.

Por otro lado, se toparon con el edil “palo y a la bolsa”. “Esto cuánto sale, qué beneficios trae, lo bancamos si el resto lo banca”. La charla duró unos pocos minutos. Y todos sabemos de quién se trata.

No faltó, por supuesto, el concejal que convirtió a la entrevista con los constructores naturales en un interrogatorio cuasi policial. Junto a su asesor, “parecido a Pinedo” -recuerda Maxi- admitieron su temor a que Mar del Plata se convierta en un epicentro de la vinchuca y el mal de chagas. Sin remate.

Luego, por suerte, conversaron con ediles que elogiaron la medida y que prometieron acompañarla. Pero por ahora eso no podrá comprobarse: no hay legislador que haya aceptado ingresar el proyecto al recinto.

Si finalmente el Partido de General Pueyrredon reconoce la técnica de la bioconstrucción pasará a integrar el listado que hoy componen, en la provincia de Buenos Aires, Coronel Suárez, Bahía Blanca y Ayacucho. En este último municipio, no sólo se aprobó y reglamentó la construcción natural, sino que además se levantó un biocorralón (para la elaboración de adobes) y se empezó a utilizar la técnica -promovido por el Estado- para la edificación de casas sociales y repoblamiento de los pueblos de la zona.

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