Hay una dignidad que el vencedor no conoce
El Senado de la Nación rechazó el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Una movilización que pasará a la historia desafió viento, frío y lluvia para intentar torcer un resultado que se sabía adverso. Ayer no se pudo, pero aún en la derrota, una certeza se instaló en la conciencia colectiva: el futuro es feminista.
Los números no daban. La leve ventaja por el “no” se había acentuado por la mañana cuando el senador tucumano José Alperovich, uno de los dos que hasta ayer permanecían indecisos, anunció que votaría en contra. Pero la marea verde, igual, inundó las calles esperando que un hecho fortuito diera vuelta el resultado. Grupos de tres o cuatro amigas, otros más grandes con banderas de agrupaciones políticas o feministas, y hasta mujeres que asistieron solas, circularon durante todo el día de ayer y hasta entrada la madrugada, por la ancha Avenida de Mayo en dirección al Congreso. El objetivo: que los senadores escuchen el grito popular. ¿La motivación? Saberse juntas en una lucha que ya no tiene vuelta atrás.
Ni los cinco grados de térmica, ni la lluvia que caía torcida por el viento impidieron que la concentración de mujeres sea masiva. Según las organizadoras, un millón y medio de personas se manifestaron para pedir a los senadores que terminen con la muerte de mujeres en abortos clandestinos.
Pasadas las 21, en la esquina de 9 de Julio y Avenida de Mayo, cientos de mujeres y varones se amontonaban alrededor de una pantalla gigante para escuchar las exposiciones de los senadores en el Congreso. Los paraguas apretados formaban un enorme techo con el que intentaban amainar los efectos de la lluvia aunque, a esa altura, ya nadie pisaba con los pies secos. El murmullo se interrumpía cada tanto para abuchear a los legisladores que votarían en contra, y para festejar alguna frase de los que se expresaban a favor, con aplausos, el puño en alto y silbidos, que enseguida derivaban en algún cantito como “Aborto legal en el hospital” o “¡Que sea ley, que sea ley!”.
Más adelante, cerca de la carpa Diana Sacayán —en homenaje a la activista trans víctima de un travesticidio—, un inflable con forma de dinosaurio y pañuelo celeste atado al cuello, bailaba al ritmo de los tambores que tocaban chicos de un colegio secundario. A su lado, otro grupo de la Escuela Popular de Música de Avellaneda revoleaba pañuelos verdes como bailando una zamba colectiva. Enfrente, chicas de una murga tiraban patadas al aire para mantener el cuerpo caliente.
Zigzaguenado entre paraguas desvencijados y con los brazos cruzados sobre el pecho para cubrirse del viento, Liliana, una mujer de unos sesenta años, enfilaba en dirección a una de las calles laterales alejándose de la manada, para tomar un subte y volver a su casa. «Vinimos temprano. Me emociona mucho oír este reclamo en boca de chicas tan jovencitas. Ahora me voy a seguir la sesión desde casa», decía mientras se unía a otras dos mujeres que la esperaban abrazadas bajo un alero.
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Al igual que durante el debate en Diputados, la Plaza de los Dos Congresos permaneció vacía y vallada; una metáfora de la época, en la que un sector de la clase política ha decidido tomar distancia de las demandas sociales. Hacia la zona sur, concentraban los antiderechos. En las fotos de esa manifestación, sobresalen familias enteras —compuestas por papá, mamá, hijos, hijas— con pañuelos celestes y banderas de Argentina. Algunos rezaban, otros sostenían carteles con frases como “Toda vida vale”, “Abortar te hace madre de un niño muerto” o “Tengo derecho a nacer”, junto a la foto de un feto.
En el sector opuesto, de las vallas colgaban centenares de toallitas femeninas pintadas de color sangre, con mensajes como: “Quería agradecerte por tu atención y el seguimiento que tuviste. Abrazo. Rocío, 18 años”, “Estoy con sangrado y coágulos. Todavía no sale. Juana, 35 años”, “Chicas salió todo bien, gracias a Dios. Les agradecemos de todo corazón. Éxitos y mucha suerte en su trabajo. Rita, 38 años”. Se trataba de una intervención de “Socorristas en red”, una agrupación de activistas feministas que acompañan a mujeres que necesitan practicarse un aborto, ante la ilegalidad que representa hoy para los hospitales públicos brindar esa información.
Traspasando el cerco perimetral, la presidenta del Senado, Gabriela Michetti, conducía la sesión y pedía acelerar las exposiciones para que la movilización terminara antes de la medianoche, “por pedido del Ministerio de Seguridad”. Afuera, en la esquina de Callao y Rivadavia, agrupaciones políticas de izquierda y feministas, desoyendo el pedido, sacudían sus banderas esquivando los pasacalles que habían colgado desde temprano. “Iglesia y Senado: no jueguen con nuestras vidas”, decía uno de Pan y Rosas, o “Sin aborto legal no hay Ni una menos”, otro del Partido Obrero.
Doblando por Callao, los grupos de chicas en edad de secundario eran la perla brillante de la marea verde. A casi doce horas de haber llegado, cerca de la medianoche seguían cantando y bailando con una energía que parecía inagotable; como si para ellas no existieran el frío, el hambre o el sueño. “Si no se aprueba la ley, qué quilombo que se va a armar” o “A la iglesia católica apostólica romana/ que se quiere meter en nuestras camas/ le decimos que se nos da la gana/ ser putas travestis y lesbianas/ Aborto legal/en el hospital”, cantaban y saltaban, contagiando a la gente a su alrededor, que cedía por un momento el mate o la botella de vino, para dar unos saltos.
En los intervalos, gente que no se conocía entre sí volvía a hermanarse en un pedido común: “¡Que sea ley, que sea ley!”. El escenario desfavorable que mostraban los números era un telón de fondo que no amainaba las ganas de gritar. Y, por momentos, daba la impresión que desde el Senado se escuchaba.
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Tras los intentos de último momento del oficialismo de adelantar el horario, la jornada para tratar la ley de interrupción voluntaria del embarazo comenzó ayer a las 10.26, en medio de tensiones con las diputadas nacionales que impulsaron el proyecto en ese cuerpo. Victoria Donda denunció que, al igual que a la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas, no las dejaban ingresar a presenciar esa histórica sesión.
Diecisiete horas duró el debate que culminó con el rechazo del proyecto por parte del Senado de la Nación. La votación, que arrojó un resultado de 38 votos en contra, 31 a favor y 2 abstenciones, se realizó mientras en Mendoza, una mujer de 32 años y madre de cinco hijos, agoniza en un hospital a causa de una hemorragia e infección causadas por un aborto mal realizado. El domingo pasado murió Liliana Herrera, en Santiago del Estero, por complicaciones derivadas de un aborto clandestino. Ni los datos ni la multitudinaria movilización en todo el país bastaron a los senadores y senadoras para torcer su decisión en favor de la vida.
Durante la extensa sesión se escucharon discursos de lo más variopintos. Hubo frases escandalosas, como la del salteño Rodolfo Urtubey, quien habló de las violaciones intrafamiliares y dijo que “hay casos de violación en los que no se puede hablar de violencia pero tampoco de consentimiento”.
Se oyeron sincericidios, como el de la sanjuanina Cristina del Carmen López Valverde, quien expresó: “Mi voto negativo será porque soy conservadora, porque tengo mis años, no lo sé. Una gran parte de sanjuaninos me eligió para estar aquí. La sociedad a la que yo represento está en mayoría en contra del aborto. Lo indican las encuestas”.
También se escucharon comparaciones que nos arrojan a la prehistoria, como la del ex Ministro de Educación, Esteban Bullrich —principal promotor del rechazo al proyecto—, quien afirmó que «el embrión es un mamífero placentario que tiene vida” y explicó que “Las convenciones nos diferencian a los seres humanos del resto de los mamíferos placentarios. Nos llevaron, a pesar de compartir un 99% de nuestro ADN con los chimpancés, a no resolver los conflictos como los chimpancés.”
O la de la santacruceña María Belén Tapia, quien dijo que “al enfrentarse con el aborto la mujer está dividida: desde lo racional puede afirmar que no lo quiere tener, pero desde lo inconsciente, desde lo instintivo y desde lo corporal está involucrada afectivamente con el desarrollo de ese hijo, aunque ella lo desconozca”.
En contraposición, la única tucumana que votó a favor de la ley, Beatriz Mirkin, dio un encendido discurso en el que preguntó: “¿Vientres somos las mujeres o somos seres humanos con derechos?”, para luego ser interrumpida por la presidenta del Senado, Gabriela Michetti, para pedirle que se calme porque “tengo miedo que le haga mal”, se justificó.
Otro discurso sobresaliente fue el de la senadora correntina Ana Claudia Almirón, quien dijo ser “una de las tantas que hace tres años estaba en contra de esta iniciativa. Pude dejar de lado mis creencias religiosas y pude entender que este debate no es sobre el niño por nacer, es sobre salud pública”. En forma similar se expresó la chubutense Nancy González, al afirmar que «cuando me votaron no me votaron por católica sino para que legisle para todos los ciudadanos argentinos».
Por su parte, el cordobés Carlos Caserio, expresó que “Esta ley equipara derechos. Hoy los únicos derechos son los que ustedes, los senadores que apoyan el no, están considerando que es injusto. Porque hoy, evidentemente, el que piensa distinto, pasa a ser un delincuente y está fuera del sistema de salud”, para concluir que esta ley que otorga derechos “va a llegar porque es digno, porque es lo que corresponde, porque es la evolución del mundo” y porque no se puede “tapar el sol con una mano”, concluyó.
La mayores desprolijidades de la jornada las aportó la propia encargada de conducir la sesión: Michetti. Tras discutir con el jefe del interbloque de Cambiemos, Luis Naidenoff, por la duración de la intervención de la mendocina Pamela Verónica Verasay, dijo: “Es un pelotudo, que no rompa las pelotas”, sin advertir que el micrófono estaba abierto y la escuchó todo el Senado. Más tarde, tras el cierre de la votación que arrojó como resultado el rechazo al proyecto, no pudo contenerse y largó la frase “¡Vamos, todavía!”, la cual retumbó en el recinto antes de que corten la transmisión.
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La discusión por la legalización del aborto en Argentina es una demanda que las organizaciones de mujeres feministas vienen reclamando desde hace décadas y que, por primera vez en la historia, halló un consenso en la política para ser discutida en el ámbito del Congreso.
El pasado 14 de junio, la Cámara de Diputados dio media sanción a la iniciativa, con 129 votos a favor y 125 en contra. El debate fue complejo porque si bien el aborto es un tema de salud pública e involucra derechos fundamentales, algunos sienten interpelados sus sentimientos profundos, sus convicciones íntimas, sus creencias religiosas y culturales, y hasta sus prejuicios. Y fue rico porque más de ochocientos expositores pudieron argumentar sus posiciones. Además, al nivel de la política, se generaron consensos transversales a los partidos políticos y se transparentaron los matices que hay en las relaciones de fuerza y de poder en las provincias argentinas.
La derrota de anoche en el Senado deja las cosas como están. Es decir, continúa empujando a las mujeres a la clandestinidad que, muchas veces, pagan con su vida, y sostiene una desigualdad de acceso a derechos fundamentales como la salud, la autonomía, la dignidad, la posibilidad de decidir sobre su propia vida. Habrá que esperar un año para volver a presentar un proyecto de interrupción voluntaria del embarazo en el Congreso. Pero la despenalización social del aborto no tiene retroceso.
Cuando se produjo la votación, las pibas que estaban en la calle siguiendo el resultado a través de la pantalla, respondieron a la adversidad con un grito cerrado: “Que sea ley, que sea ley”. No hubo lugar para la frustración. Sí, para reafirmar la lucha. Ya lo había dicho la socióloga e historiadora feminista Dora Barrancos en una entrevista difundida días atrás por Amnistía Internacional Argentina: “Vale la pena tener la edad que uno tiene. Vale la pena haber hecho el camino que hicimos. Hay una justicia inmanente, eso es un cálculo optimista de la vida. Aunque todo esté perdido, no está perdido. Yo creo que vamos a ganar esta ley y si por alguna rara razón no ganamos, ya ganamos”, aseguró.
En sintonía, después del resultado final, una de las integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho a Decidir, les habló a las miles de mujeres que seguían allí pese al frío y la lluvia: “Compañeras, somos las protagonistas del movimiento popular más grande de Argentina. La historia está de nuestro lado. Ya ganamos. Ganamos la despenalización social del aborto. Hablamos de aborto e hicimos historia. el Senado no nos escuchó pero nosotras hoy estamos haciendo historia, seguimos haciendo historia y no vamos a parar hasta que el aborto sea legal”.