Para traerte a casa
Nadia Rojas, de 15 años, desapareció tres veces en los últimos diez meses. Su caso dejó al descubierto un complejo entramado: la existencia de una red de trata que opera en el Gran Buenos Aires, la inacción de la justicia penal para condenarlos y la falta de dispositivos de contención para las adolescentes que fueron o son víctimas de trata.
Fotos: Colectiva Fotografía a pedal
Nadia apareció el 10 de abril pasado, luego de seis días de intensa búsqueda de parte su madre, Elena Rojas, y la Red de familias, docentes y organizaciones de Lugano. Estaba bajo tutela del Estado, en un refugio con régimen de puertas abiertas dependiente de la Dirección de la Mujer del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires. De a poco, estaba reconstruyendo su vida social: había comenzado las clases en una escuela nueva en marzo pasado, donde se había hecho amigas y quería ser parte del centro de estudiantes.
La primera vez que Nadia desapareció fue en junio de 2017. Después de un mes y tres días, apareció en Parque Patricios, un barrio del sudeste de Buenos Aires. Antes de desaparecer por segunda vez, Nadia comenzó a narrar lo que había sufrido: que había sido secuestrada por una Traffic blanca mientras caminaba por la avenida Nazca, que estuvo cautiva en una casa durante una semana y allí fue sometida sexualmente.
El 24 de agosto, la Policía de la Ciudad la encontró cerca de La Salada, en el municipio de Lomas de Zamora. Entonces Nadia fue aislada en un refugio del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, del ministerio de Justicia de la Nación.
Cuando el caso llegó a los tribunales de Comodoro Py por primera vez, la primera reacción del juez federal Rodolfo Canicoba Corral fue declararse incompetente. Para él la adolescente se había ido de su casa después de pelearse con la madre.
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Elena Rojas está sentada en un pupitre despintado, en un pasillo cerca de los baños. Es la tarde del domingo de elecciones 2017 en Villa Lugano. Un gendarme vigila la entrada de la Escuela N°3. Suena un reggaetón en una radio lejana. Las cartulinas de colores pintadas con temperas contrastan con la luz débil del ambiente. A pesar del calor de los últimos días de octubre, Elena viste un chaleco de pluma y una chalina grisácea que le oculta el cuello de tez oscura.
—Después de que Nadia desapareció por primera vez no vine más a Lugano. Acá me amenazaban —dice Elena—. Tuve que cerrar mi taller y guardar todas las máquinas. Las amenazas continúan, pero no les doy importancia porque sé que mi hija está protegida.
El 12 de junio la llamaron por teléfono y le dijeron que se dejara de joder con la policía. Al día siguiente, la volvieron a llamar. “Si no entregás treinta mil, te voy a devolver a tu hija muerta”, le dijo un hombre.
—Quiero volver a mi vida de antes, volver a estar con mi hija, salir a comer sin estar perseguida por nadie. A Lugano ya no puedo volver, si entro enseguida me empiezan a molestar. Por eso ahora trabajo por La Matanza. Ahí nadie sabe quién soy: les di otro nombre. No me pidieron documento ni nada. Tampoco hablo. Me pongo los auriculares y me pongo a trabajar —cuenta Elena, mientras imita con sus manos pequeñas el movimiento de una máquina de coser.
Elena vino a la escuela para acompañar a Guadalupe Correa, una estudiante de Sociología de la Universidad de Buenos Aires que integra la organización de mujeres “Plenario de Trabajadoras” y fiscaliza los votos del Frente de Izquierda. Se conocieron en un corte de calle por la aparición de Nadia.
El ringtone estridente de Personal suena desde el bolsillo de una mochila. Elena saca el teléfono, mira la pantalla.
—Es Nadia —susurra.
Y se da vuelta. Como si tuviera miedo de que alguien la haya escuchado.
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En 2001, Elena atravesó los 2.745 kilómetros que separan a La Paz, Bolivia, con Buenos Aires para conseguir trabajo. Sin documentos, comprobó que la única salida que le ofrecía la Ciudad era el trabajo esclavo. Cuando dos años después nació Nadia, Elena ya había ingresado en un taller textil de Flores.
—Era mucho el maltrato: vivía en el sótano y no me pagaban nada; la comida era pésima. Los paisanos nuestros trabajan así, encerrados, como cuando yo empecé a trabajar con la beba.
Al enterarse del embarazo, sus familiares de Bolivia dejaron de hablarle. Ser madre soltera era un pecado imperdonable. Elena siguió inventándose formas de sobrevivir en el negocio textil.
—Decidí venirme a Lugano, alquilé una piecita, ahorré y compré las máquinas para trabajar. Así, ganaba más y tenía tiempo para estar con mi hija.
Nadia iba a la Escuela de Educación Media N°1 “Dr. René Favaloro” (EEM). Era la guía de la comparsa del grupo de saya boliviana “Negritos de Lugano”. Junto a su madre, ensayaba todos los domingos y se preparaba, entre canutillos y mostacillas, para la época de carnaval.
—Ese viernes le dije “te vengo a buscar a las seis” y no la volví a ver más —dice Elena.
Ese viernes Nadia Rojas desapareció por primera vez.
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La EEM N°1 es un edificio de tres pisos color beige, ubicado en el límite de la villa 20. Sobre su frente, compartido con la Junta Vecinal de Villa Lugano, hay un mural pintado con un pibe que lleva la camiseta del Barza y la leyenda: “No más gatillo fácil”. En la vereda, sobre un poste de luz, también hay un cartel escrito a mano: se vende una casa urgente por motivo de viaje en el barrio tongui a 80 metros del asfalto.
—Cuando entró el preceptor a preguntar si “sabíamos algo de Nadia”, se armó un revuelo —dice Sabrina Cañette, docente de la escuela EEM N°1, e imita un sonido de cuchicheo, poniéndose la mano sobre su boca. Ya sabían que ella estaba yendo a este boliche, El Basilón de Liniers.
Sabrina es maestra de Ecología. Tiene ojos claros, anteojos de marco fino y pelo rubio a la altura de los hombros. Prefiere hablar afuera de la escuela. Por eso camina hasta el Parque de las Victorias, se sienta en el suelo con las piernas cruzadas y arma un cigarrillo de tabaco. Detrás del Parque, el horizonte de Lugano está cortado por monoblocks que parecen enormes elefantes de hormigón.
—Yo les decía: “Chicos, si saben algo, díganlo”. Pero ellos se quedaban murmurando.
El Basilón estaba ubicado en la colectora de la Avenida General Paz, a metros de la estación de ómnibus de Liniers. Abría de jueves a domingo, desde las 14, con shows de Djs y bandas de cumbia en vivo.
—El martes apareció una chica que había desaparecido con Nadia y habló con la tutora de su curso. Ella contó de El Basilón, dijo que también habían estado en una fiesta en Lomas de Zamora y que las trasladaban con bolsas en la cabeza para que no vieran hacia afuera.
Las profesoras decidieron hacer la primera protesta. Un grupo de docentes convocó a reuniones de padres y llamó a los canales de televisión, mientras los directivos autorizaron cortes de calle al mediodía. Así nació la Red de docentes, familias y organizaciones de Villa Lugano, una experiencia que imita a la Red del Bajo Flores que funciona desde 2015. Ambos barrios del sur de la Ciudad están profundamente atravesados por la problemática de la desaparición de adolescentes, que combina situaciones de vulnerabilidad económica y social, con maltrato familiar y el accionar de redes que captan a las adolescentes con mecanismos de persuasión y grooming.
—Al principio los chicos no eran muy conscientes de la importancia del reclamo. Para ellos parecía que las pibas se iban de gira, que la estaban pasando joya, de boliche en boliche. Nosotros les decíamos: “Chicos, ¿no les parece raro que El Basilón tenga habitaciones?”.
Tras un allanamiento realizado por el fiscal Federico Delgado, se descubrió que El Basilón se comunicaba con otro inmueble. Allí tenía 15 habitaciones numeradas. A pesar del hallazgo, el local fue clausurado por venta de alcohol a menores. Y siguió funcionando con el nombre NewBasi, a unas cuadras de donde estaba.
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Luego de hacer la denuncia en la Comisaría 52 de Lugano, Elena buscó a su hija en Facebook. Primero investigó los muros de sus amigas y después las páginas de los boliches de la zona. Entonces empezó a frecuentar las noches de concursos de perreo, de tequilas free, de 2×1 de champagne, las noches detrás de las noches.
—Andaba como una más de ésas: si tenía que tomar, tomaba, si tenía que comprar, compraba —dice.
El sábado 8 de julio Nadia la llamó por teléfono. En la conversación, que duró más de diez minutos, le pidió reiteradamente que levante la denuncia y le contó que estaba trabajando como mesera en una pizzería. Elena le dijo que sí, que levantaría la denuncia, pero dio aviso a la Policía de la Ciudad, que organizó un operativo para rescatarla.
Se encontraron la noche del 12 de julio en Parque Patricios. Al ver a su hija sentada en un banco de la plaza junto a dos chicas, vestida con un jean y una camperita, rodeada de policías y apenas alumbrada por las luces del Parque, Elena cayó desmayada.
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Facundo Vicente es abogado y docente de la escuela Manuel Mujica Láinez de Lugano. Es alto, tiene el pelo oscuro y usa una campera de algodón bordó. Llegó al caso luego de formar parte de los cortes en reclamo por Nadia. Y se ofreció a trabajar gratis cuando Elena fue citada en la Fiscalía y no tenía quien la representara.
—Los refugios del gobierno de la Ciudad son, en general, un desastre. El primero al que la llevaron funcionó bien. Era el CAT (Centro de Atención Transitoria), dependiente del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad —dice en un café de Parque Chacabuco.
Dos semanas después, Nadia reconoció que había sido abusada sexualmente. En ese momento la trasladaron a otro refugio, dependiente de la Dirección General de la Mujer, organismo porteño que asiste a mujeres en situación de violencia y/o abuso.
—Era un lugar impresentable. Un refugio que, según ella, era peor que el lugar donde estaba secuestrada: la comida estaba vencida. A los dos días vio una ventana y se tiró por ahí. Casi se mata pero logró escaparse.
En una carta pública, los docentes de la EEM N° 1 culparon al Estado por la situación. Dijeron: “Nunca nos imaginamos que esto podía pasar en un hogar dependiente de la Dirección General de la Mujer”.
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Agustina Señorans atiende en una oficina de colores pasteles de San Telmo. Es Directora General de la Mujer, parte del ministerio de Desarrollo y Hábitat de la Ciudad, desde febrero de 2017.
—Puedo dar fe —dice, y reflexiona unos segundos en silencio— que nuestro refugio es una casa donde las mujeres y las niñas están contenidas y acompañadas y comen con un plan balanceado supervisado por nutricionistas. Es la misma comida que comen en todos los dispositivos de la Mujer, de donde las chicas no salen corriendo. Cada caso es diferente, cada mujer reacciona como puede.
El refugio, en la formalidad denominado Unidad Convivencial N° 2 Tita Merello, tiene 17 plazas disponibles y nunca está a tope. Son periodos de estadía cortos, de máximo tres meses. Es un dispositivo de “puertas seguras”, porque se busca proteger a las víctimas mediante el aislamiento, pero no es una institución penitenciaria. Durante todo el año 2017, el lugar recibió a un total de seis menores por explotación sexual.
—Las primeras 48 o 72 horas son determinantes. Muchas veces se genera una especie de claustrofobia que hace que el impulso de las víctimas sea salir. Ahí es un trabajo que hacemos con cada víctima de tratar de explicar que las medidas de seguridad tienen que ver con protegerlas —agrega la Directora General de la Mujer.
Según datos del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, en los últimos dos años hubo un 53% menos de rescates. Mientras que en el período 2014-2015 fueron rescatadas 3920 personas, en los primeros dos años de gestión del gobierno de Cambiemos fueron 1866.
Sin embargo, se registró un incremento de las denuncias sobre trata de personas con fines de explotación sexual. En los últimos cuatro años, el pico de denuncias sucedió en 2016, con un total de 1568 denuncias.
A nivel federal, la provincia de Buenos Aires encabeza las denuncias: el año pasado registró 965 denuncias, mientras que la Ciudad de Buenos Aires registró 635 y Santa Fe, la tercera provincia más afectada por la problemática, 205.
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El relato de Nadia es confuso sobre qué sucedió después de su segunda desaparición. Dice que fue a buscar una amiga para que la ayude y tres semanas después la Policía de la Ciudad la encontró en el barrio Tongui, de Lomas de Zamora. Estaba cerca de La Salada, con un joven de 17 años habitué de El Basilón.
—La encontraron con uno de los captores que está imputado. Su rol es el del seductor, el que va endulzando a las chicas —dice Facundo Vicente. Ella quiere deslindarlo a su pseudo-novio, no lo involucra en ningún momento.
Por la complejidad de la situación, suele suceder que las víctimas de trata tardan años en poder reconocer su condición de sometimiento. Mientras tanto, en la justicia, quedan pendientes varios interrogantes. En 2017 la Cámara de Apelaciones revocó la resolución del juez Canicoba Corral y lo obligó a investigar el caso. En tanto, el fiscal Delgado solicitó que se llamara a declaración indagatoria a siete hombres vinculados a El Basilón y sospechados de pertenecer a la red, entre ellos al joven que cumpliría el rol de seductor.
“Es claro que existe un grupo social que explota la situación de vulnerabilidad afectiva y económica de Nadia Rojas. En principio no la esclavizaron privándola de su libertad, sino apelando a mecanismos de dominación espiritual, no tan visibles pero mucho más profundos”, dice el pedido firmado por Delgado.
Al mismo tiempo que las redes de trata complejizan su funcionamiento y vuelven más sutiles sus métodos de captación, en los tribunales federales disminuyeron la cantidad de causas por el delito de trata con fines de explotación sexual y el número de personas condenadas.
Según datos de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX), área dependiente del Ministerio Público Fiscal que intervino en la caso de Nadia, la cantidad de expedientes iniciados en la justicia bajó más de un 70% desde 2015. Durante ese año fueron 2948 los expedientes iniciados, mientras que en 2016 fueron 1981 y, hasta septiembre de 2017, apenas 869.
El mismo fenómeno se traslada al número de personas condenadas en causas de trata con fines de explotación sexual. Mientras que en 2015 fueron 88 personas, en 2016 fueron 68 y, hasta septiembre de 2017, apenas 44. Se considera hasta septiembre del año pasado dado que es la información que la PROTEX maneja en relación a las últimas sentencias.
Desde PROTEX explican que el descenso de las causas iniciadas se debe a que, a partir de la sanción de la ley anti-trata en el año 2008, se han cerrado lugares de explotación sexual, como prostíbulos y whiskerías, que eran de conocimiento público. También destacan las acciones que llevaron a cabo la Ciudad de Buenos Aires y varias provincias a través de leyes de prostíbulo cero. No obstante, reconocen que las redes de trata actúan con mecanismos de mayor dificultad de detección.
Más allá de los argumentos, los números brindados tanto desde el Ejecutivo como del Poder Judicial son contundentes; aumentaron las denuncias de redes de trata con fines de explotación sexual pero bajaron las causas iniciadas, las personas condenadas y los rescates.
En abril de este año, la Red de familias, docentes y organizaciones de Lugano denunció que en los diez meses que transcurrieron desde la primera desaparición de Nadia, “la justicia penal no ha avanzado un paso en el desmantelamiento de esta red que pone en riesgo a cientos de jóvenes en la zona sur de la ciudad. Desde que la causa quedó en manos del juzgado federal N° 6, a cargo del juez Rodolfo Canicoba Corral, la misma se encuentra completamente paralizada y sin imputados”, sostuvieron.
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—La abracé, la besé y ella me pedía que no la soltara, que no la dejara más —dice Elena, con los ojos brillosos, recordando el segundo reencuentro con su hija.
Dos días después, ambas fueron llevadas a un dispositivo dependiente del Programa Nacional de Rescate: una Casa Refugio en la Ciudad de Buenos Aires en la cual se alojan todas las víctimas que son rescatadas en el ámbito de CABA, de la provincia de Buenos Aires o aquellas víctimas que, por algún motivo necesiten permanecer en la Ciudad.
—El refugio es como tu casa. Tenés tu pieza, tenés tu cocina, tenés tu baño. Estábamos en la misma habitación. Vienen psicólogos de todo tipo como moscas. Te dicen “¿estás bien?” y tratan de sacarte palabras. Nosotros con Nadia nos mirábamos y le decíamos, “sí, sí, estamos bien, ¡chau!” —dice Elena, riendo y saludando con su mano derecha.
En el hogar, Nadia aprendió a tejer, a pintar en bastidor, a hacer canciones y a cocinar. Guadalupe le regaló una biografía de Frida Khalo. “Frida pudo expresar todo su dolor en el arte. Yo estoy encerrada como ella, que no se podía mover de la cama, pero por lo menos puedo pintar”, le dijo Nadia después, entusiasmada con el libro.
Elena salió del Programa de protección para ponerse a trabajar: tenía una deuda de 10 mil pesos por las máquinas que había comprado para montar su propio taller. En octubre, la escuela EEM N° 1 estableció una modalidad de entrega de trabajos prácticos y monografías que le permitió no perder el año. Y Nadia volvió al régimen de puertas abiertas, en manos del gobierno de la Ciudad.
Antes de desaparecer en 2018, Nadia volvió a utilizar sus redes sociales. Allí compartió una foto de Frida Khalo, acompañada de una frase de la artista mexicana: “Nunca pinto sueño o pesadillas. Pinto mi propia realidad”. A Nadia le encanta pintar y escribir canciones. El año pasado, en medio de su aislamiento en el refugio, compuso una letra que habla de la trata, de las pibas del barrio y de un desconocido que las traiciona.