De la grieta al abismo

Aguafuertes marplatenses de un renegado periodista nacido en el interzonal. Ojo de halcón que ve en simultáneo el plano general y el plano en detalle (que es lo mismo que decir: jorge, el que no puede dejar de encontrar el pelo en la sopa).

Se me antojaba hacer una diatriba sobre los modos de atención en los almacenes. Me la imaginé bastante graciosa, comenzando por la pregunta equivocada que algunos almaceneros hacen, “¿algo más?” en vez de preguntar “¿qué más?”, y así cierran de golpe la lista infinita de deseos que nos dicta nuestra mentalidad de gordos. Será la próxima.

Porque ahora, amigos y amigas, el aire se ha vuelto espeso.

Uno me preguntó: che, y qué lectura hacés de todo esto que está pasando. Pobre, le respondí para el orto: no sé, flaco, supongo que la misma lectura que vos. Pasó que justo me lo viene a preguntar después de que dimos toda la vuelta con nuestros pasos tristes. Ya cuando terminamos frente al monumento, ya las columnas disueltas, ya la gente mezclada, ya con algunos empezando a despedirse con un beso y unas palabras inaudibles (¿nos vemos en la próxima marcha?). Asistíamos a un acto de cierre un poco deslucido, aunque uno se pone benigno cuando lo que se quiere expresar desde el palco va en total sintonía con lo que llevamos dentro, independiente de si la forma es o no la mejor. Pero más que nada me lo preguntó después de la suelta de globos. Hicieron sonar una sirena y liberaron globos blancos, cada uno con un papel pegado con la pregunta y con su cara. Yo tenía atravesada esa foto, tenía la piel de gallina, tenía ese frío óseo de lo trascendente parándome los pelos. Y llega un punto en que es imposible leer más, todos los textos se funden en uno solo, se vuelven un mantra que hace vibrar como una cuerda interior. Es el límite de la racionalidad, el acabose de cualquier intento de intelectualizar, las palabras mueren, devienen en una especie de música que lupea dentro de la cabeza.

Es que hay un desaparecido.

No canto, soy muy blanco, carezco de ritmo. Pero tantas veces acompañé con palmas sincopadas aquello de “milicos, muy mal paridos, qué es lo que han hecho con los desaparecidos”, tantas veces vi flamear sus trémulas siluetas de papel, tanto he visto a las madres marchar hasta gastarse, que me resisto a la idea de que esté pasando lo que está pasando. Que haya un desaparecido contemporáneo, que nos lo hagan desaparecer en la cara, que nos lo nieguen como los negaban aquéllos. Con el agravante que los epónimos de aquella clase media mierda, la del “algo habrán hecho”, ahora pavoneen su ponzoña filo desaparecedora desde las redes sociales. El 76 nos escupe la cara, el 77 viene a negarnos sus atrocidades en medio de carcajadas, el 78 sigue con la fiesta de todos, el 79 denuncia a los denunciantes, y así cada año dictatorial se trasunta en este presente contaminado, en esta nueva basura prendida fuego, esa que espesa el aire hasta casi convencernos de que estamos en peligro, en sintonía o no con aquél entonces, o como sátira siniestra del pasado, como vaticinaba la máxima del 18 de Brumario. Somos por estos días ciervos alzando las orejas y olisqueando el aire, compartiendo atropellos por whatsapp, debatiéndonos entre rajar (hacia adentro, hacia el no te metás, hacia cuidá a tus hijos que no se expongan tanto) o hacerles como finalmente decidimos frente.

Exagerados. Para ellos somos exagerados. Desestabilizadores somos, oportunistas; todos kirchneristas, no vuelven más, agarrá la pala. Porque el kirchnerismo es magnético, sigue en posesión de la principal masa política, que atrae gravitacionalmente todo lo que circula, para ponerlo involuntariamente en su favor o en su contra, con la militante asistencia de los medios hegemónicos, que no dejan que nada escape a su juego maniqueo. De modo que si es un reclamo que pesa sobre el gobierno, será cristinista y conspirador, para que así no sea nada.

Para su desgracia, este desaparecido se cae por una grieta más profunda que esa, digamos la ancestral. Por muchos años la principal divisoria de aguas fue a favor o en contra de los milicos, a favor o en contra de toda la retahíla de desgracias programadas en que consistió el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, más conocido como Dictadura Cívico-Militar-Eclesiástica-Mediática. A favor o en contra de los Juicios a las Juntas, de las vergonzantes resignaciones de la Obediencia Debida y el Punto Final, de la hecatombe menemista del Indulto, de los Juicios por la Verdad, de los procesos penales a los genocidas, del encarcelamiento de ancianos demoníacos, del descuelgue de los cuadros, de la infame resolución cortesana del 2×1. Esa grieta que se había subsumido en una más coyuntural (toda vez que la troncal seguía el curso de la Memoria la Verdad y la Justicia, y ya casi llegaba/llegará a los empresarios cómplices), la de heterodoxos y ortodoxos económicos, la de la inclusión o el rentismo, la de peones rurales con derechos o vueltos a esclavizar. Esto que pasa vuelve a ampliar el espectro sobre el abismo de esa grieta, para volver a implicar a todos los que alguna vez marchamos un 24 de marzo. Este desaparecido nos devuelve a la calle y nos señala un compromiso a los que nos juramos que Nunca Más. Eso es lo que algunos no terminarán de entender y otros sencillamente aplaudirán como focas por la angustia que sentimos y porque eso es lo que sienten. Nos estremece porque nos costó demasiado llegar hasta acá, nos estremece porque logramos que los hijos de puta se escondieran en sus criptas, avergonzados por la adhesión a la noche más negra de la Argentina. Porque hasta hace nada estaba mal visto eso que ahora brota cloacal por los foros de noticias, en twitter, en la radio y en la tele. Ese odio desembozado, ese desprecio por esta causa trabajosa y justa, ese asco revanchista que nos tenían guardado.

Nos caen ahora por preguntar por él en el aula, pero posiblemente también nos caigan el próximo Día de la Memoria. Ojo con lo que le dicen al nene, gritan y gritarán padres babeantes, imbéciles y horribles como orcos, que creen que sus hijos dan un salto entre el mundo no ideológico que suponen sus casas y el antro de adoctrinamiento marxista leninista venezolano kurdo mapuche islámico, en que los docentes subversivos han convertido la escuela. Y no importan ni leyes, ni estatutos ni currículas, solamente importa lo que la tele dice que tiene que importar, después de haber matado a la verdad, después de haberla torturado hasta que cante lo que precisan.

Han declarado una Guerra Santa contra los impíos. Se suben a sus castos atriles catódicos y desde ahí disparan (los Leuco, Lanata, Andahazi, Majul y una larga lista de lame ojetes serviles e infames) contra la sinarquía trasnacional, contra el nihilismo disgregante, contra el pensamiento foráneo, contra la neo subversión montonera. Todo huele a viejo, a podrido y mohoso, porque hace décadas que nos la tienen jurada, porque se hartaron de su rancia vergüenza y la han convertido en ventilado orgullo, uno que vuelve por nosotros por distintos medios, sus hijos incluidos, como eructos de las peores sobras.

Tal vez no toman debida cuenta de nuestras fuerzas, que no estriban en la capacidad de ejercer la violencia, sino en todo lo contrario, en resistirla. Siempre serán más fuertes los pañuelos y los pies hinchados que giran en torno de la pirámide que todos los viejos gorilas que escupen sus bravatas pro milicas en las verdulerías de barrio. Llegan demasiado tarde, 40 años tarde para ser exactos. En cuatro décadas tuvimos tiempo de pensar la forma y el fondo, de esparcir en los jóvenes la memoria, las ideas que al comienzo sólo correspondieron a un puñado de viejas locas. Hasta el mundo, ese lejano mundo que nos fuera tan esquivo, hoy da vuelta a la plaza. El pañuelo blanco es un símbolo que en la puta vida podrán quitarnos.

Símbolos. El flaco el artesano, sí no aparece, pero ya su mirada es icónica. Claro que su entrada en la iconografía popular no nos quita ni reemplaza el dolor agudo de su desaparición, que seguimos queriendo revertir con vida. Pero al menos en mi patria, en este país en escala, en este país de valores que escapa a las encuestas y a los votos, en este lugar de pertenencia que se hace visible cada vez que nos juntamos en la calle (aunque nos quieran tapar con una docena de servicios grafiteando el Cabildo con letra de Marcos Peña), en la patria que grita presente por tantos compañeros desaparecidos, la mirada de Santiago seguirá representando nuestras miradas, desde todas las paredes que preguntan por su nombre.

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